Unas perlas descascaradas, la paleta de un ventilador chino, un cepillo viejo para sacudir el polvo...
Autor: Jorge Carrasco
Paisaje después de la tormenta
El Vedado, barrio cool, barrio codiciado, barrio de privilegio, no es el mismo para todo el mundo. Unos quieren entrar. Otros quieren salir. Los que viven más cerca del Malecón, en los sótanos, detestan el Vedado. Allí las viviendas con peligro de inundación han perdido valor. Cuando el mar entra por el litoral, los vecinos pueden pasar días atrapados en los edificios hasta que drena el agua, sin electricidad, gas manufacturado, ni agua potable por la contaminación de las cisternas. A Yunia Martínez el Vedado la tiene hasta el último pelo. Y la tienen hasta el último pelo los periodistas, que ya le han preguntado quinientas veces hasta dónde se inundó su casa y no le acaban de resolver el problema. —Ay, ya yo no tengo ni deseos de hablar de eso –dice con cara de cansancio. Su apartamento está en el sótano del edificio Sofía (no. 458 de calle 5ta). Allí vive hace 20 años con Feliberto Martínez, su padre. No es la primera vez que tienen que hacer los bultos y sacarlos para las casas altas. Feliberto Martínez quiere que todo el mundo sepa que una vez Juan Contino, expresidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular de La Habana, les prometió a él y a todos los vecinos de la zona que vivían en sótanos que los iban a sacar de ahí, y que podrían mudarse a un sitio menos peligroso. —Más nunca lo vi. –A Feliberto no se le olvida la promesa. Pérdidas materiales no tuvieron esta vez. Antes de que el agua empezara a subir los vecinos ayudaron a los Martínez a sacar sus cosas del sótano. Todos en el edificio parecen estar acostumbrados a la escena. Una vez que el agua ha bajado, se sientan a esperar que de un momento a otro reestablezcan la corriente y vengan a limpiar las cisternas. Los efectos personales de los Martínez todavía están arrinconados en el portal. En su casa, la que se ve en la foto, el agua podría haber tapado a una persona. —¿Por qué no se van de aquí? –le pregunto a Yunia. —Para permutar esto tengo que dar de vuelto por lo menos 10 mil dólares. ¿Y con qué dinero? *** En las zonas más bajas del Vedado, los días 17 y 23 de enero pasados, el mar avanzó al menos 500 metros Malecón adentro. El Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba atribuye este fenómeno al movimiento, al este de la Isla, de varias ondas prefrontales muy activas acompañadas de frentes fríos. Los efectos de El Niño y las lluvias asociadas han contribuido también a la inundación de las partes bajas de la capital. Por eso el agua casi tocó la calle Línea el mes pasado, y las afectaciones no fueron alarmantes porque en la zona predominan los edificios altos, y todo el que vive allí está constantemente sobre aviso. El 17 de enero se inundaron 17 sótanos y se contaminaron 17 cisternas en los barrios cercanos a la avenida Malecón. Eduardo Brey, director adjunto de la Empresa de Saneamiento Básico de La Habana, calcula que el día 23 aumentaron los sótanos y las cisternas inundados, porque el agua subió un poco más. El domingo 24, sobre la una de la tarde, su equipo de camiones de alta presión drenaba el agua del sótano ubicado en el Centro de Negocios de 1ra y B. Cuando el agua entra por el Malecón habanero en olas de hasta seis metros de altura –como esta vez–, hay quien se encierra hasta el día siguiente y hay quien recorre el Vedado en bote. El 23 de enero, entre las cinco y las seis de la tarde, un hombre encontró una estrella de mar a dos cuadras del Hotel Cohíba. *** Dicen que en la calle 1ra alguien cogió un pez vivo en la sala de su casa el 17 de enero. En un solar de la calle A (no. 55, entre 3ra y 5ta) le hago el cuento del pez a Marta, una mujer negra con los pies hinchados que tiene la escoba en la mano desde que el agua terminó de bajar, bien temprano el domingo 24. —¿Un pescado? Se puso de suerte el hombre. Que lo cocine y se lo coma –suelta Marta, y toma un descanso. Ya que se les iba a inundar el solar, lo más seguro es que ella hubiera deseado, por lo menos, correr con la misma suerte que el señor del pescado. Esa ciudadela es la más vieja de la zona y fue un sitio para guardar caballos antes de la Revolución. Una caballeriza. Esto lo cuenta Teresita, la delegada del Poder Popular (la única rubia de la foto), que no vive ahí, pero que fue a ayudar a limpiar el churre que arrastró el agua. Trabajan en equipo en el solar. En equipo sacan a cubos el agua contaminada de la cisterna, para después llenarla de nuevo con agua potable. Lo hacen ellos mismos, porque no quieren esperar por los camiones de la Empresa de Saneamiento Básico, que están priorizando el Centro de Negocios de 1ra y B. Marta, la de la lycra naranja, la del cuento del pescado, quisiera salir de ahí (permutar, vender, le da lo mismo), porque las inundaciones no hay quien las aguante. Pero, ¿quién va a querer meterse en una antigua caballeriza que se inunda casi todos los años? *** Santa Fe es un último párrafo en las noticias de los medios locales. Una zona preterida. Incluso cuando las partes bajas de su litoral han sido paulatinamente despobladas por las inundaciones costeras, incluso cuando la economía local está destrozada, incluso cuando la línea de costa sigue retrocediendo, puedes pasarte la mañana googleando sobre eso y encontrar bien poco. La evolución de su zona costera se puede resumir diciendo que los eventos meteorológicos han sido allí tan fuertes que los oleajes han socavado sus calles. Nadie ha retirado de la costa los restos del vial y de las casas que se han derrumbado a través de los años. El área de baño y de sol está llena de cimientos y escombros. Las condiciones estéticas de la playa son deprimentes. Durante el Período Especial, los manglares comenzaron a diezmar en Santa Fe, cuando sus pobladores tuvieron que talarlos para hacer carbón y cocinar los alimentos. Las grandes extracciones ilegales de arena y piedras han provocado un déficit de sedimento que deja a la playa mucho más vulnerable ante los posibles eventos meteorológicos. El domingo 24 de enero, a las tres de la tarde, el mar le tumbó a Carlos un pedazo de la casa, y nadie ha ido aún a saber qué pasó. La Puntilla es una playita de pocos kilómetros casi al final de Santa Fe, en el municipio Playa. Entre una casa y la otra hay, en La Puntilla, espacios vacíos donde una vez hubo otras casas. El mar se las ha ido tragando. En algún momento hubo también una discoteca para los pobladores de la playita. En 2015 tuvieron que demolerla porque lo que quedaba de ella no era mucho. En las casas de La Puntilla abundan los carteles de Se Vende. Carlos también tiene puesto uno en la cerca del patio. —Tenías que haber venido anoche. Más o menos a las nueve esto parecía aquí una guerra. Desde hacía años Carlos no había visto cosa igual en La Puntilla. El mar despegó el piso del portal y tumbó la mitad del muro del frente. El patio está lleno de piedras y arena que el agua arrastró. Como a nadie le preocupa La Puntilla, nadie quitó la electricidad mientras el mar entraba. Cuando empezó a llover un transformador explotó, y así se fue la corriente, que es lo único que a Carlos le importa ahora. Detrás de él, vive Dania, en una casita más humilde. El domingo pasado, el agua les llegó hasta la rodilla a ella y a sus dos hijos, uno de nueve años y otro de catorce. Dania ha tenido más suerte que su vecino y pronto podrá salir del litoral. —Ya tengo la casa vendida. – Se nota aliviada–. Yo me hubiera ido desde antes, pero ahora fue que se dio la posibilidad. Saliendo de la casa de Dania, Carlos se asoma al muro y grita: —Oye, ¿ustedes pueden hacer algo para que venga la corriente? La Puntilla y los Bajos de Santa Ana son quizás los lugares más desatendidos después de fenómenos naturales como los de finales de enero. La televisión cubana llega hasta el Vedado, pero hasta Santa Fe casi nunca llega. Allí fue donde el huracán Wilma lo barrió prácticamente todo en 2005. Por eso la gente ha desistido de construir cerca de la costa. La experiencia dice que una construcción cerca de la costa no dura mucho, aunque esté construida sobre pilotes. En el litoral de Santa Fe, comunidad costera, todo lo que es de hierro eventualmente se pondrá herrumbroso. El salitre se lo come todo, desde una ventana hasta un aire acondicionado. En este kiosco, que se ha ido consumiendo con el tiempo, cuando caen tres gotas las filtraciones mojan toda la mercancía. Caminando a un par de kilómetros de La Puntilla se llega a los bajos de Santa Ana, donde los patios son de mangles y charcos salados, y ya casi no quedan casas. En una de las pocas que tienen la suerte de seguir en pie, Teresa Marcial y su esposo Martín Pérez (80 y 81 años) viven desde la década del 70. Ellos han visto al mar tragarse en los últimos años la mitad del vecindario, que ahora parece un barrio fantasma. —Desde la vez de 2005, esta es la más fuerte que he visto –dice Teresa. Los días 17 y 23 pasados Teresa y su esposo se autoevacuaron. No tuvieron pérdidas materiales porque los vecinos los ayudaron a levantar las cosas en bloques. —Me fui para la casa de mi hermana. Yo no puedo ver la tormenta, porque me pongo mal y me sube la presión –dice Teresa. —¿Alguien ha venido a ayudarlos? —Nadie ha venido a saber de nosotros. Martín, ¿alguien vino aquí mientras yo no estaba? —No, nadie vino –contesta él. Martín Pérez parece más tranquilo que Teresa Marcial. A Martín Pérez no le da miedo que vuelva a entrar el mar. A Teresa Marcial sí.