Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve.
Hebreos 11
Una o dos semanas después del enjambre sísmico del 17 de enero de 2016 encontré un volante a todo color en la intersección de Cuabitas y la Central, a pocas cuadras de la Séptima Iglesia Bautista. Estaba impreso en papel couché y tenía una foto del monumento ecuestre al general Antonio Maceo en la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba. El héroe levantaba su brazo animando a las tropas a cargar a degüello sobre las dificultades; sobre el peligro de perder la independencia, la iniciativa, el apuntalamiento de la patria.
Pensé que era propaganda política hasta que leí el conjunto: “¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena? ¿Dónde está Dios? ¿Dónde estarás durante el último terremoto?”. Un lance evangélico que usa una imagen política (los evangélicos consideran idolatría reverenciar imágenes). Al reverso del volante, sus editores desplegaban una lista apretada de quince iglesias bautistas con sus respectivas direcciones, a las que el interesado debía asistir para escuchar conferencias sobre los últimos terremotos.
A pocos metros, el barrio Los Pinos quemaba su basura doméstica en un vertedero espontáneo al pie de un talud de tierra, en lo que fuera una antigua línea del ferrocarril. El humo se impregnaba en los ojos, la ropa, los huesos. Algunos padres, de regreso de la primaria Manuel Ascunce, se colocaban entre el humo y sus hijos. Recuerdo que vinculé la basura, el volante, los padres protegiendo a sus hijos, con la certeza evangélica de que en toda señal de caos se manifiesta la llegada del fin.
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—¿Alguien dice amén?
Los fieles responden:
—¡AMÉEENNN!
—¿Alguien dice amén?
—¡AMÉEENNN!
Javier es un agitador nato al servicio de la causa evangélica. Pasea sobre el proscenio gritándole al micrófono, observando cada rostro, sondeando la electricidad del momento, el magnetismo que cada miembro de la asamblea debe percibir ante él o ante Jesús. Es un pavo real, un mago que abre su capa y atrae hacia sí las brújulas.
La Séptima Iglesia Bautista de Santiago de Cuba está enclavada en el barrio Los Pinos, una zona de la ciudad con callejas de tierra y casas adosadas y sin ventilación. La típica zona alejada de avenidas y destinos importantes a la que Javier le inyecta futuro, fe evangélica con su camisa a cuadros y gafas de miope. Los Pinos, como casi la mayoría de los barrios humildes cubanos, no es un barrio inseguro, pero sí sin futuro, amorfo, con personas que esperan algo que se parezca al movimiento, a la prosperidad, al dinamismo. Carne de cañón de revoluciones reaccionarias o revolucionarias.
La función de Javier es motivar al rebaño, mantenerlo en la lucha luminosa. Durante la ceremonia los fieles extendían sus dedos en dirección al cielo como antenas; otros sonreían extasiados, haciendo movimientos de cabeza repetitivos. Las mujeres se quebrantaban en llantos, temblores y soliloquios imposibles de oír en medio del canto unánime. Le hablaban directamente a Jehová. Un par de semanas después de los temblores, había todavía mucho que referirle. Sus rostros parecían plenos de salud y renuncia, como los rostros satisfechos y agitados de personas que salen de gimnasios, pistas de atletismo, clubes de ayuno.
Javier pedía un amén, y otro. Y con cada “amén”, decía, se iba el Diablo.
En algún momento Javier tendió la palma de la mano abierta hacia el auditorio, cerró los ojos un instante y dijo tener capacidad para sentir lo que pasaba y lo que sentían las ovejas de esa congregación. Declaró, alzando la voz, que el día anterior había llenado su auto de falsos ídolos, sanlázaros, vírgenes y estampillas para quemarlos, y en el mismo tono acornetado declaró la buena nueva de que pronto irían a “tomar decisiones con 450 vidas que aceptaron a Cristo Jesús”.
—¡SE IMAGINAN! ¡450 PERSONAS ACEPTARON A CRISTO! ¡HAY QUE VISITARLOS ANTES DEL MIÉRCOLES! ¿ALGUIEN DICE AMÉN?
—¡AMÉEENNN!
—¡AHORA EMPIEZA LA CAMPAÑA DE DISCIPULADO!
Y luego repetía aquello una y otra vez como una gota de agua que horada una piedra.
—¿ALGUIEN DICE AMÉN?
—¡AMÉEENNN!
—¿ALGUIEN DICE AMÉN?
—¡AMÉEENNN!
—¡Y EL DIABLO SE VA!
—¡AMÉEENNN!
—¡Y EL DIABLO SE VA!
—¡AMÉEENNN!
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El 17 de enero de 2016, a la 1:37 de la madrugada, se manifestó un primer sismo perceptible de 4.8 en la escala Richter. Veintiún minutos más tarde sentimos otro de 4.9. Siguieron dos terremotos menores perceptibles. El más intenso llegó a las 3:30. Las paredes se estremecían como si fuesen la base misma del terremoto. El pico ascendió en la escala Richter hasta 5.0. Bajo esta línea, quedaron los eventos durante los días que siguieron.
A partir de 5.0 de la escala Richter, en dependencia de la distancia y profundidad del epicentro, el foco y el tipo de terreno, comienzan a resentirse las edificaciones mal hechas y las estructuras bien construidas sufren daños menores. Para verificar daños se movilizó a los “factores de las zonas”, dígase presidentes de los Comités de Defensa de la Revolución, secretarios del Partido Comunista de Cuba y activistas de la Federación de Mujeres Cubanas. La Defensa Civil dijo que no hubo afectaciones, y lo confirmaron los periodistas de las estaciones de radio locales, volcados a darle cobertura en tiempo real al fenómeno. En estos casos la radio, con sus partes y pases en vivo, es la que predomina. Se escucha en centros laborales, ómnibus urbanos, y radio bases instaladas en las calles.
La mayoría de los terremotos tuvo su epicentro a 40 kilómetros al sureste de la ciudad, entre las monótonas playas que bañan el litoral de la Sierra Maestra. En esta zona abundan templos y excursiones de congregaciones evangélicas para muchachos encauzados por el buen camino, pero también es una especie de Ibiza magra, especialmente para los pobres de la zona baja de Santiago de Cuba allende la bahía. Los fines de semanas estas playas espesas y lentas se repletan de familias humildes, pandas de guapos, vendedores de confituras, tamales, cerveza Hatuey contrabandeada. Abunda el paria, el carterista, el maquero que expía a parejas que se bañan desnudas. Un sitio quístico, que tendría en faena agitada a un ministro evangélico preocupado por el Gran Recuento.
Durante toda la semana ocurrieron cientos de pequeños temblores, algunos más perceptibles que otros. Y se dio una cobertura informativa televisiva y radial con base científica nunca antes vista. Es tan poco habitual hablar sin secretismos, que para muchos tal estrategia de paneles diarios pareció errada: se habló demasiado, se exacerbó la incertidumbre.
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A un grupo de temblores de magnitudes similares sin evento principal se le llama enjambre. De acuerdo. Está en el manual más básico sobre terremotos.
El 20 de enero de 2016, en comparecencia televisiva, el doctor Enrique D. Arango, vicedirector técnico del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS), dijo que la experiencia del monitoreo sismológico de nuestro país era insuficiente como para identificar qué tipo de evento significaban aquellos terremotos. Era el equivalente a no saber si se está frente a un ñandú o un avestruz, aun cuando se conoce que tienen plumas, y que son más altos que un pavo.
El monitoreo “comenzó en el año 1964 con una estación en Soroa [Pinar del Río]; posteriormente en el año 1965 con una estación en Río Carpintero [Santiago de Cuba]. Por tanto, las estadísticas de terremotos fuertes y el comportamiento de la sismicidad en la parte sur oriental, desde el punto de vista del monitoreo sismológico, ha sido pobre […]. La serie que estamos viendo en el día de hoy es una serie que no hemos registrado desde el punto de vista instrumental. Por lo tanto no podemos compararla”.
La incertidumbre con la que lidiaban los científicos era cercana a la que generaban los temblores en la población. Decenas de paramédicos que se aburrían días completos en casas de campaña desplegadas en campos deportivos abiertos y alejados de edificios de la ciudad eran leídos por los santiagueros como síntomas fatales de algo que solo los doctores del CENAIS sabían, aunque pretendían no saber y no querían decir del todo. Era la clase de terror que invade a un paciente que observa desde su camilla un paquete de herramientas plateadas, todas de raras formas, mientras un grupo de médicos murmuran palabras y categorías irreconocibles. Mientras más tiempo permanecían las casas de campaña allí, más parecía agudizarse el conflicto geofísico. Y es que ¿ha estado usted sobre un suelo durante cinco, tres, dos minutos sabiendo que de un momento a otro se puede venir abajo?
El libro ¡Misericordia! de Olga Portuondo, sobre la historia de los terremotos en la ciudad y la relación de los santiagueros con ellos, comenzó a venderse por montones, pero quien hojeara sus páginas no iba a encontrar precisamente consuelo. Por encima de las propias calamidades que describe, es un libro sobre la incertidumbre, o sobre la necesidad de certidumbres que provoca lo que un poeta local llamó “ver vacilar el sólido elemento”. El último capítulo del volumen es un opúsculo conciliador e imposible sobre la solidez. Sobre la certeza que, bien mirada, podría caber en la incertidumbre. La defensa civil cubana.
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La litosfera es la capa terrestre inmediata a nuestros pies, que, bajo presiones de espacio similares a las que padece un basquetbolista en una guagua, en un cine, en una cafetería –tiene las piernas largas y le topan las rodillas en el asiento anterior–, busca de vez en cuando una manera de acomodarse en límites nunca suficientes para su talla.
Rígida, fría y con leyes particulares, la litosfera es una cáscara de masa antediluviana, no civilizada y terrible, compuesta por capas tectónicas regionales que cada año se reacomodan y desplazan entre sí de manera elástica a razón de unos pocos centímetros. Semejan muelles que al estirarse o encogerse concentran magnitudes energéticas hasta encontrar alivio en un quiebre o corrimiento. Estas capas en tensión buscan un estado de reposo sin tensiones que no conseguirán jamás.
El sistema teórico que explica, entre otras cosas, esa perpetuidad se llama tectónica de placas. Fue desarrollado en la mitad del siglo XX por un grupo internacional de entusiastas geólogos, geofísicos y sismólogos, la mayoría fallecidos ya.
Según este sistema, por debajo de la litosfera hay otra capa llamada atenosfera, calentada permanentemente por el núcleo terrestre, que, como un fogón que hierve lodo, origina reflujos circulares de calentamiento (masa que asciende) y enfriamiento (masa que desciende). Este movimiento no solo repercute en la litosfera, provocando corrimientos y quiebres de capas que a su vez ocasionan terremotos y tsunamis; también es responsable de la actual separación de los continentes.
En la madrugada del domingo 17 de enero de 2016, la resistencia de la falla oriental de la placa tectónica Caribe fue menor que la magnitud de los esfuerzos de liberación de energía acumulada, y esto hizo que se produjera un desplazamiento repentino entre capas hasta consumarse el enjambre que hizo enmudecer o santiguarse a los santiagueros.
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«La sismicidad de Cuba es de origen tectónico y obedece al contacto de la placa de Norteamérica y la del Caribe», dijo por el canal de televisión local Fernando Guarch Echavarría, coordinador del Programa Nacional de Desarrollo de Investigaciones Sismológicas Aplicadas.
—Es importante destacar que la zona de más actividad es la suroriental de Cuba, por una herida que tiene la corteza terrestre y que es representada por el sistema de fallas transformante de Bartlett-Caimán.
Un rictus satisfecho se dibujaba en sus labios al final de cada sentencia.
—Esta zona ha sido responsable de veintidós de los veintiocho sismos de gran intensidad que se conocen en la historia sísmica de la república de Cuba, y es bueno destacar que la ciudad de Santiago de Cuba ha sido afectada en más de veinte ocasiones por terremotos de gran intensidad y los más significativos han ocurrido en 1766 y 1852. Ambos terremotos generaron intensidades de 9.
Acariciaba palabras como “herida” en vez de abertura, o categorías de experto como “sistema de fallas transformante de Bartlett-Caimán”. Hacía pensar en José Rubiera, el popular meteorólogo que conduce los partes televisivos cubanos cuando las habituales amenazas de huracanes son inminentes. Por su encanto, por sus capacidades comunicativas, por su coquetería, Guarch sería un Rubiera si en Santiago de Cuba temblara más.
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Amílcar sube al que será el primer piso de su casa. Avanzamos por las escaleras que él fundió y nos recostamos al muro que él, con sus propias manos, levantó. Toda una casa. Una casa de 80 toneladas de hormigón y acero.
“¿Esto que hice me va a resistir un sismo?”, pregunta Amílcar. La “nueva” circunstancia de que el suelo se mueve y se moverá probablemente más fuerte en el futuro le lleva a romper su plan económico a mediano plazo porque decidió, al calor de los temblores, no construir con ladrillos sino con bloques, que son mejores, pero más caros.
Sus decisiones han sido equivocadas. Me explica que no solo usó ladrillos de resistencia dudosa, también los colocó de canto, para ocupar más área, en vez de acostados a lo ancho uno sobre el otro. Ahorró, ganó dinero pero no seguridad, y tiene fundidas ya, de forma definitiva, tres paredes más toda la planta baja en donde vive.
—Este era el cuarto de mi hijo –dice dando palmadas en un muro sin repello–. Ahora me lo estoy pensando.
Empleó cabillas de 3/8 pulgadas de grosor, pero ahora le parecen insuficientes. Para incrementar la seguridad y su confianza en el nuevo módulo que prepara para fundir, introdujo una cabilla de media pulgada.
Le pregunto si no se atreve él mismo a armar su cerramento. Me dice que no. No le da la cuenta. La cabilla “aparece” a 10 pesos el metro. Pero también cuesta encontrar un abastecedor en el mercado negro, más los aros, el alambre y la pericia. Para ahorrase una angustia más lo mejor es comprar la jaula completa, pero con el nuevo salto de precios sale a 500 pesos la unidad, que es lo que él gana en un mes de salario. El resto de la casa lleva aproximadamente ocho jaulas parecidas.
Señala una cubierta de hormigón frente a su casa. Encima hay un tanque de agua hecho de ladrillos, sin columnas ni cerramentos. “No sé si es desconocimiento o necesidad, pero la gente construye sin tener la precaución que yo tengo ahora. No hay un día en que no recuerde que mi casa debe estar segura. Cada paso que doy es buscando esa seguridad, pero eso no parece importarle a otra gente. La gente se moviliza en dependencia de lo que sufre, de su experiencia. La gente se olvida”.
—¿Tú sabes qué quiere decir resiliencia?
—Sí –digo yo–, es la capacidad que tiene uno para aguantar y superar un golpe, ¿no?
—Más o menos. Es la capacidad que tiene un pueblo, una comunidad, para sobreponerse a una contingencia negativa. ¿Cómo yo me recupero de un terremoto? Es el esfuerzo de toda una vida. Aquí todavía hay gente penando por Sandy.
Sandy, el huracán de 2012.
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La Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba es un robusto edificio de mampostería encaramado encima de una farmacia y otras dependencias que fueron de su propiedad antes de 1959. El objetivo de este complejo de instalaciones era pagar, mediante arrendamiento, la deuda de la reconstrucción capital del templo después de la peor catástrofe que vivió la ciudad en el siglo XX, el terremoto de 1932.
Al templo se accede de forma discreta por la calle Carnicería –a la que una loma le resta importancia–, y a medida que se escala buscando el salón de culto (tiene más escaleras que pasillos) el creyente percibe que será premiado, que asciende espiritualmente mediante el esfuerzo personal, la renuncia, el sacrificio.
Posee un piso en disposición panóptica respecto al estrado del orador, y la predicación puede seguirse desde cualquier lugar donde se coloque el fiel. Si hay un visitante extraño a la congregación, el pastor le da la bienvenida pública. Todos se vuelven hacia él y lo saludan moviendo una mano, sonriéndole con una amabilidad y cohesión tan sinceras como inquietantes.
El templo tiene una historia especialmente sísmica. Se derrumbó parcialmente en el terremoto de 1932, cuando era su pastor el reverendo Francisco País, padre del mártir Frank País García, quien fuera lugarteniente urbano en Santiago de Cuba del movimiento clandestino 26 de Julio.
Francisco País pidió ayuda a una serie de asociaciones evangélicas para volver a levantar la institución y según su actual pastor, Randy Columbié, se usó tecnología japonesa ejecutada por compañías americanas con la idea de que fuera un edificio antisísmico. Está construido sobre un sistema de balsa, que le da movilidad cuando se estremece la tierra, y es bastante confiable respecto a otros edificios, aun cuando desde que se reinauguró en octubre de 1938 se le han hecho varias modificaciones.
La Primera y la Séptima Iglesia Bautista parecen cortadas a imagen y semejanza de su propia comunidad. En la Primera, con robustos muros, vigas y columnas de hormigón, se canta menos que en su homóloga del pobre barrio de Los Pinos.
La fuerza y convicción con que en la Séptima entonan sus mujeres y hombres tiene una conexión sensible, perceptible de algún modo, con la endeble estructura de vigas de acero empatadas unas con otras para sostener un audaz techo de maderas de pino y tejas de fibrocemento que se levanta a unos casi cuatro metros de altura. Cada viga o raíl de línea ferroviaria empatados para llegar casi extenuados hasta el techo, y sostenerlo con dignidad sobre sus cabezas, es un acto de fe.
—Algunos dicen que este fue el primer edificio antisísmico del país –afirma el pastor mirando las gruesas y sólidas paredes que nos rodean, de casi medio metro de grosor–. Pero vamos a ser menos absolutos, y digamos que fue el primero de Santiago de Cuba.
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Orlando Panucia es el tipo que te mira desde el otro lado de una autopista rápida en su hora pico. Algunas de esas figuras que pasan veloces de un lado a otro son trabajo árido y duro, pero la mayoría son bandas simias de rock, avestruces-televisor, elefantes voladores, trenes tirados por águilas. Tiene un tubo de PVC en la mano, ropa harapienta y el rostro cenizo de tierra y cemento. Ha olvidado nuestra cita por tercera vez.
Me propone acompañarlo mientras arma una instalación sanitaria que conecta el baño de su casa con el desagüe, y el desagüe con un lavadero de ropa. Tiene mechones abundantes y erizados como si hubiese pisado un cable de alta tensión; hombros y brazos que se escurren bajo la ropa y cierta amabilidad perenne.
Me interesan sus conocimientos sobre el papel del Programa del Arquitecto de la Comunidad en la vivienda antisísmica, institución cubana que desde fines de los noventa del siglo XX se encarga de ofrecer –en teoría– un servicio subvencionado de diseño de vivienda de forma tal que el cliente, el vecino, el proletario, pueda obtener la reforma o casa que desea, incluso si tiene ideas confusas sobre eso que desea.
Panucia se agacha, embarra pegamento en los dos tubos, los ensambla y mientras pone a secar la soldadura fría explica que para que se reviertan las chapuzas y se hagan edificios con buen gusto, calidad en las obras y seguridad sísmica, es necesario crear otras opciones que convivan con el arquitecto de la comunidad. Este último está muy bien, es socialmente intachable, puede ser un programa para familias humildes con necesidades de subsidios, pero no debería ser la solución única que atienda todas las demandas de la población, en donde también entran desde emprendedores solventes, nuevos ricos, rentistas de remesas, hasta hostales o cualquier otro local chic para negocios.
La plomería es una de las cosas que Panucia hace a medias, usando manuales y nociones de física para ahorrarse el pago y la informalidad de los albañiles y plomeros de la república insaciable. Su casa también se hace a saltos. Una pared este mes, un par de columnas tres meses después. Tiene unos 28, se graduó de arquitecto hace poco más de un quinquenio, y trabajó hasta 2016, durante unos cuatro años, como arquitecto de la comunidad.
Sin el visto bueno de un arquitecto de la comunidad –que responde también por dejar proyectada en papeles una estructura antisísmica– no habrá propiedad, y por tanto, al cabo de un protocolo burocrático, tampoco libreta de racionamiento (canasta básica subvencionada de alimentación y otros artículos).
Panucia apuesta por algo más general y diverso que el arquitecto de la comunidad: un Colegio de Arquitectos. Antes del triunfo de la Revolución, el Colegio Nacional de Arquitectos de Cuba era la institución autónoma, independiente, que autorizaba la puesta en marcha y control de autor de cualquier obra constructiva. Revisaba los proyectos, los dirigía y daba el visto bueno, me explicó Panucia.
Como figura rectora y garante de la calidad de las edificaciones de esas nuevas figuras económicas no igualitarias o de carácter privado que han surgido en Cuba luego de la caída de la URSS y su obligada inserción en el mercado mundial, fungiría un nuevo Colegio de Arquitectos, o algo que se le asemeje con otro nombre, para que no parezca un retroceso al pasado.
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—El culpable no es Jehová –dijo el anciano Ramoncito Cabrales sonándose la nariz con un pañuelo. Se les llama “ancianos” en las congregaciones de Testigos de Jehová, pero él probablemente no pase de 40 años–. En la Biblia se predijo que para el tiempo del fin vendrían desastres de todo tipo, pero si Jehová dijo… –estornudó–. Perdona, pero esta es un coriza que no me deja tranquilo, vamos para adentro, que está lloviznando.
El anciano y yo pasamos del patio a la casa. La sala, demasiado estrecha para la congregación, estaba iluminada como un estadio de béisbol, aireada por una decena de ventiladores de pared. A falta de un sitio oficial, el espacio doméstico cedido para estas diligencias era propiedad de una señora solitaria y apergaminada que observaba a todos con una sonrisa que no la dejaba desmoronarse.
—Eso se predijo en la Biblia, Jehová lo dijo con antelación. Pero si Jehová lo causara, sería entonces el culpable de las desgracias que afectan al ser humano. Así que no nos parece que sea Jehová. Nos parece más bien un fenómeno que se desprende de la ausencia de presencia divina en la tierra. Te lo ilustro…
«Ilustrar», ser didáctico, resumir el caos en figuras reconocibles, es un principio fundamental en el ABC discursivo del Testigo de Jehová.
—Una casa es bonita, hermosa, acabada de hacer. Tiene sus instalaciones de agua, un techo bueno que si llueve no se moja, sus columnas son fuertes, sus instalaciones eléctricas… está perfecta la casa. Pero, ¿qué pasa si su dueño la cierra y se va, y nadie la habita? Las tuberías se van a tupir, el tanque se va a cuartear y el piso se va a levantar porque le van a salir raíces. Entonces Jehová sabía que, al retirarle su bendición a la Tierra, esta no estaría concebida para renovarse a sí misma, porque la Tierra necesita de su Creador, del equilibrio que le da su Creador, como una casa necesita de su dueño.
—¿La tierra es una casa sin dueño, entonces? –pregunté.
—Es una casa sin dueño, que necesita a Jehová, su señor.
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La Revolución de 1959 impulsó la construcción de miles de viviendas siguiendo un temerario programa de obras sociales liderado por un Fidel Castro con la edad de Cristo: 33 años. Se dinamizó el sector, pero bajo presión: embargo económico gringo y haciendo rodeos, zigzags, elipsis, como uno de esos árboles a los que otros árboles poderosos y frondosos obligan a buscar una exigua fuente de luz deformándoles el tronco y las ramas.
Orlando Panucia dejó a un lado el asunto del Colegio de Arquitectos y comenzó a describirme carencias en el ecosistema de la construcción antisísmica. Me limito a mencionar las prácticas relacionadas con la autoconstrucción, y defino por tal las reformas o construcciones que emprende una familia en su vivienda, ya sea utilizando sus propios brazos, o contratando a brigadas u operarios privados. Estas prácticas se caracterizan por una aguda informalidad tanto en el hábito como en la forma. El hábito refiere a la disciplina laboral, asistencia, puntualidad; la forma, a las chapuzas.
1 – “Si las que construyen son familias solventes, no hay problema. Si son las empresas las que lo hacen cumpliendo con las normas antisísmicas, tampoco hay problema. Pero si la autoconstrucción se da en familias pobres de forma generalizada, con limitaciones agudas de recursos, entonces sí hay un problema… y es estructural”.
Panucia remata con una parábola al estilo de Luis Buñuel: “Si al teatro Heredia le cierras los baños la gente se orinará en los jardines”.
2 – “Los materiales utilizados escasean y no son fiables”.
Pone el ejemplo de la propia estructura de su casa. Pese a que estuvo cercano al colectivo local que agregó información a la cartilla de construcción antisísmica del territorio, las circunstancias lo llevaron a variar la norma. Comenzó utilizando los aros de acero indicados para el reforzamiento de columnas y vigas, pero terminó empleando la variante de alambrón, de baja calidad, porque el suministro de acero, en su mayoría ilegal, se interrumpió.
Otros materiales y herramientas que utiliza “el autoconstructor” tampoco son los óptimos. Menciona los ladrillos que copan el mercado. Son elaborados en fábricas artesanales privadas que no son sometidas a un control tecnológico de calidad.
“Las pruebas de calidad las hacemos nosotros”, me dice un fornido ladrillero del tejar más prestigioso de la ciudad, “porque queremos que sean ladrillos resistentes, de calidad, que no se desmoronen”.
Dónde las hacen, pregunto. “En el laboratorio que queda por Mar Verde”, responde. Le pregunto cómo se llama ese laboratorio y me dice algo así como: “jssfv´fkvn´flkv”, una extraña jerigonza, arrastrando las palabras, o sea, no le sale el nombre… Me puede moler de una trompada, pero tiene miedo, miedo a que le cierren no tanto el laboratorio si se trata de un laboratorio real, sino el negocio. No insisto. Sus ladrillos son duros. Todo el mundo los recomienda.
Insisto en que me confirme si los inspectores vienen con probetas, equipos, martillos, rayos ultravioletas, microscopios, escáneres nucleares, perros olfateadores, fonendoscopios, o algo que no se parezca solo a un talonario de multas. Y me confirma que solo vienen con esos talonarios de multas. Y que en su opinión el Estado está especialmente interesado en mantenerlos en la comunidad primitiva. Me señala un horno casi en ruinas donde arde la leña. Cuecen el ladrillo con leña, no les permiten usar electricidad, ni modernizar la cocción. Una buena parte de la ciudad fabrica con esos ladrillos artesanales de este tejar y de otra serie de tejares de menos reputación.
Dentro de la carencia de herramientas, Panucia señala la falta de equipos de vibración para lograr un adecuado fundido del hormigón en su molde. Aunque los encofrados sean concienzudamente golpeados con martillo por los maestros albañiles durante el vaciado de cemento, es común ver “cangrejeras”, espacios vacíos de hormigón que hacen vulnerable la estructura.
Y que son flojos los peritajes que hacen los inspectores de la Dirección Municipal de Planificación Física para otorgar el certificado de habitabilidad. No cuentan –no han contado, salvo esporádicas donaciones– con los equipos necesarios, como escáneres, para comprobar la solidez de columnas, vigas y muros.
3 – “Tanto el diseño como el seguimiento de la obra y el control de autor que debe realizar idealmente el arquitecto de la comunidad se ven demorados a menudo por el cúmulo de trabajo que arrastra el Programa del Arquitecto de la Comunidad en general”.
En el primer semestre de 2016, en que dejó de trabajar allí, Panucia contó cien proyectos en su carpeta, una cifra que él considera excesiva, imposible de acompañar con detenimiento y calidad.
Desde la fundación del programa hace casi 20 años, el Consejo de Ministros transfirió al Programa de Arquitectos de la Comunidad una lista de tareas burocráticas que quizá deformaron la fórmula que diseñó su creador, el argentino Rodolfo Livingston: ofrecer un servicio donde se conjugaran la función y la forma, donde el vecino más insignificante tuviera acceso a un destello de talento de parte de un arquitecto motivado.
La Gaceta Oficial de mayo de 2017 da fe de esta saturación. Dentro de los servicios que ofrece el programa están:
- Servicios técnico-profesionales de proyección y diseño.
- Servicios técnico-profesionales de ingeniería en control, supervisión y dictámenes técnicos.
- Servicios técnico-profesionales de consultoría en asistencia y asesoría técnica.
Es notable que la mayoría de las casas que anualmente se concluyen por autoconstrucción no ofrezcan soluciones que se diferencien mucho del mismo diseño que la arquitectura vernácula viene haciendo desde hace 50 años. Un mismo arquitecto repite infinitamente lo que parecen actos reflejos: el módulo de casa cuadrada y techo plano que prolifera en campos y ciudades.
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Usando un motor virtual hice un rastreo de la discusión sobre la sismorresistencia en los 84 números de la revista Temas. Siendo la más holística y sistemática de las escasas revistas nacionales, dicha publicación cristaliza la vitrina del debate social “dentro de la Revolución”. Si se la toma hipotéticamente como referente de la percepción de riesgo en nuestros tanques pensantes, la brújula referida a desastres naturales en Cuba se mueve asociada a huracanes y no a terremotos. En su monográfico No. 58, de abril-junio de 2009, dedicado completamente a la vivienda, tampoco aparecen las voces “terremoto”, “sismo” o “antisísmico”. El tema no es incluido usando cualquier otra palabra o sugerencia en los 39 pasos que Mario Coyula, Arquitecto y Profesor de Mérito del Instituto Superior Politécnico José A. Echevarría (CUJAE), creyó que podrían “conducir a una altura que permita ver lejos” en la construcción de viviendas en Cuba.
¡Misericordia! recoge cómo en el imaginario local circula la idea de que entre un evento sísmico y otro el propio santiaguero olvida que estos existen. Un volumen como este, sin embargo, es un antídoto contra el olvido. El terremoto de hace 85 años convive con el de hace 165 como si fuesen vecinos o personajes de una zaga.
El libro de Olga Portuondo semeja una “maqueta de la memoria”, como lo puede ser la maqueta de cualquier ciudad. Si colocáramos en relieve el olvido –edificios y montañas de olvido–, los terremotos, como solares yermos, nunca alcanzarían a verse.
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Lázaro Expósito Canto, primer secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia Santiago de Cuba, advirtió: “El enemigo está al acecho y las personas de mal actuar también, y [ese enemigo puede] tratar de desinformar a la población”.
Expósito quería certezas; pero Bladimir Moreno Toirán, director del CENAIS, manifestaba dudas. Para él la verdad aplicada a la ciencia es una luz, una meta a la que no se llega, solo se vislumbra o rodea. Hay una intención política y una intención científica, cada una con itinerarios propios. En el panel televisivo del 19 de enero de 2016 hubo un político y un científico.
TOIRÁN: En este caso no estamos hablando de un evento [sísmico] principal, porque existen cuatro eventos cercanos en magnitudes entre 4.5, 4.6, 4.7, 4.8 y 5. No se identifica la diferencia entre magnitudes de estos cuatro eventos de mayor magnitud que se han registrado. [La diferencia] es muy… es muy… poca, ¿no?
Toirán era el hombre más solo de Cuba. Miles de santiagueros viéndolo por TV. Tragó en seco.
TOIRÁN: Por tanto… no se ha identificado un evento principal.
Insinuaba que en cualquier momento podría ocurrir un terremoto que pusiera patas arriba a la ciudad. Expósito, inquieto, se reacomodó en su asiento.
EXPÓSITO: Bladimir, yo recorrí anoche la ciudad y hablé con decenas de compatriotas, y sentí el clamor de que la noche es más proclive a la ocurrencia de este fenómeno. ¿Qué tú puedes comentar?
Expósito sabe ser un hombre delicado. Nunca altera la voz, casi no abre los ojos. Usa frases como “compatriotas” o “clamor”, pero no se le toma, en esencia, como un demagogo. Un vaquero a lo Clint Eastwood, habla poco, dispara rápido y desdeña a la rubia.
Toirán dijo que en el catálogo cubano de sismos los principales terremotos suceden de noche y madrugada –aunque podrían ocurrir a cualquier hora del día–, y si bien no se tienen pruebas definitivas, se cree que se incrementan en la hora nocturna por la misma causa que las mareas: la atracción que ejerce la luna sobre la Tierra.
EXPÓSITO: Anoche yo sentía a muchas personas preguntando: “¿Qué noticias hay? ¿Cómo están las cosas?”. ¿Se dijo que iba a haber un terremoto esa noche? ¿Eso se puede pronosticar? ¿Alguien puede decir que tal día o a tal hora puede haber un terremoto?
TOIRÁN (categórico): Eso es imposible. No es posible decir exactamente en qué horario, ni en qué día va a ocurrir un terremoto fuerte. Los pronósticos se basan en pronósticos a mediano y largo plazos. Todavía el pronóstico preciso no es posible de determinar.
Y agregó que se necesitaban “más de 32 000 eventos de magnitud 4 para liberar la misma energía que libera un solo evento de magnitud 7”. Los que se habían registrado hasta la fecha eran unos 600 eventos y casi todos menores que 3.0.
TOIRÁN: Es como sacar un cubo de agua de un embalse de un millón de metros cúbicos. O sea, es nada. Por tanto, que tiemble bastante, moderado, como está temblando ahora, no significa que se esté liberando energía de un gran terremoto. Es insignificante lo que aporta esta cantidad de eventos a la energía que tiene acumulada un terremoto fuerte.
EXPÓSITO (afirma y pregunta al mismo tiempo): Bladimir… tampoco significa que va a terminar este momento anormal con un sismo de gran intensidad.
TOIRÁN: Por supuesto, es más común. Eso hay que decirlo, ¿no? […] Pueden ocurrir 100 situaciones sísmicas anómalas, y solamente 5 de esas situaciones generan un terremoto fuerte.
La ciudad debía prepararse para ser escogida dentro del minoritario 5 %.
EXPÓSITO: Pero yo te he oído decir muchas veces que esa energía está acumulada y que algún día ocurrirá. Y que la única manera de poder mitigar esos efectos es prepararnos desde ahora en el tiempo, y en las construcciones que hacemos, [y en] la seguridad con que se trabaje.
Muchos creyeron que los paneles televisivos de información sísmica de enero de 2016 generaron más inquietud que tranquilidad. Preferían no saber o que les hablaran a medias. Preferían la norma política que crea certezas por sobre la duda científica. Preferían un mal conocido, algo predecible, un manual de certezas y respuestas firmes.
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La entrevista comenzó con un “¿Por qué tiembla la tierra?”. “¿Por qué tiembla en Santiago, Guantánamo, Haití, Chile, México, Japón o Estados Unidos?”. “¿Porque su gente es pecadora, sinvergüenza?”. Randy Columbié, pastor de la Primera Iglesia Bautista, no lo sabe. Es imposible saber lo que piensa Dios, declara. Huele a jabón, tiene el cabello peinado como toca a un ciudadano pulcro, sano y decente.
Pero la muerte –incluyendo la muerte de la Tierra y del Sol– entró a la Tierra con el pecado, explica. Todo comenzó a caducar con Adán y Eva, que comieron del árbol prohibido. A partir de entonces comenzaron a surgir formas de caducidad como los terremotos, las plagas o eventos climáticos catastróficos.
Le pregunté si entonces Dios se había equivocado, si había cometido un error al crear a dos seres que podrían traicionarlo.
Randy contestó que no era precisamente así: “Dios creó al hombre para que le amara. Y el amor para ser amor tiene que ser libre. Es decir, tú libremente debes ir a amar. Si tú no decides amar libremente, no es verdadero amor. Es imposición. Adán y Eva solo podían mostrar su libertad a través de una condicionante que los empujara a escoger si amar o rechazar a Dios. Y esa condicionante es presentada en la Biblia como el árbol del bien y el mal. Que puede ser figurativo, que puede ser real, no podemos fajarnos con eso. El caso es que Adán y Eva decidieron buscar su propio beneficio. No se trata de un error. Calificarlo como tal sería decir que la libertad que soberanamente Dios ha puesto en la humanidad es un error, pero no lo es, porque en un Dios perfecto la libertad tiene que estar”.
Pero como esto significó cierta deriva hacia el caos, Dios envió a Jesús como solución ante el pecado.
“Jesús viene a ser para nosotros lo que era el arca de Noé”, acota Randy. “Jesús es un lugar de salvación. Viene un evento y solo los que estén creyendo en Jesús van a salvarse. Hay evidencias, y por eso nosotros creemos que él va a venir”.
Le conté que había ido a ver a un anciano testigo de Jehová y que este me había dicho que la Tierra era una casa sin dueño. A lo que él contestó:
“Pensar que el mundo es una casa sin dueño porque Dios no está es negar la soberanía de Dios todavía en este mundo”. Cuando el hombre se da cuenta de que no tiene seguridad, pone su confianza en Dios, busca la fe y halla esa seguridad. “Y otros que no estaban buscando comienzan a considerar buscar, porque saben que por sí mismos no pueden encontrar esa seguridad”.
Sobre el buró desnudo había una Biblia. De vez en cuando Randy la tomaba, la abría, la acariciaba y me leía un pasaje. La Biblia era el principio y el fin. Y su oficina era frugal, sin adornos, sin retoques, sin pisapapeles, árida como un desierto.
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Alicia lleva un año en la cárcel de mujeres de Mar Verde. En cada permiso detiene la moto en el Parque Céspedes y camina dos kilómetros y medio desde el centro de la ciudad hasta su casa. Es una mujer atractiva, delgada, que no sobrepasa los 40.
El pase incluye permanecer en su casa. No puede ir a centros nocturnos, ni ver a su padre a tres cuadras de la casa. Tampoco salir al karaoke, al que iba todos los sábados cogida del brazo de su marido, ni al parque de diversiones con sus hijos.
Alicia había sido separada de su puesto laboral por un fraude financiero durante la semana de terremotos de 2016. Esperaba en casa el momento de la sentencia cuando comenzó el enjambre y como muchas otras madres, escribió un papelito con el nombre, el teléfono y el número de carné de identidad de sus dos hijos, se los colocó en el bolsillo y los mandó a la escuela.
—Y cuando tú despedías a los niños para que se fueran, ¿qué sentías?
—Ni hablar de eso. Una vez tembló al mediodía y su papá agarró la camiseta y los fue a buscar corriendo, en chancletas. Dice que iban más padres en todo tipo de facha, descalzos, sin camisa, sin nada. La tierra estaba empezando a acomodarse, ¿no? Pero aun así volvían y volvían.
—En esos días ¿tú le pedías mucho a Dios, sentías mucho a Dios?
—Sí.
—¿Y fuiste a la iglesia?
—No. Me quedé aquí en mi casa con mi Biblia, leyendo. Hay un salmo que yo leía mucho. Es el Salmo 4. “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado”.
—Cuándo lo leías.
—Por la noche. Yo tenía la Biblia en el teléfono, y la ponía y la oía. Entonces me iba quedando dormida así…
—¿Y se oía la Biblia?
—Sí. La Reina-Valera.
Cuando va llegando el final del pase Alicia se deprime. La emprende contra familiares y amigos. Comienza hablar en voz alta y a señalar cosas: el televisor, el refrigerador, las baldosas, las paredes de su casa, el techo. Dice que cada cosa que señala la pudo pagar gracias a lo que hizo, a lo que tomó sin permiso, porque de otra manera, con su sueldo ordinario, le sería imposible. Está cumpliendo por ello. Y por eso cree que se lo ganó, y que no le debe nada a nadie.
Los que todavía la visitan no hacen comentarios, solo la observan arder un rato, hasta que se le pasa y comienza a cantar. Se dice que miente, que todo lo que señala lo compró el marido, un próspero vendedor de cualquier cosa: oro, teléfonos móviles, audífonos de marcas falsas, calzoncillos y pulóveres. Su hermana dice que en la cárcel le ha dado tantas vueltas al asunto, que se lo ha ido creyendo, e írselo creyendo le da fuerzas para levantarse y acostarse cada día. Necesita un sacrificio, una causa indiscutible, un vía crucis al que aferrarse: darles un techo a sus hijos, un hogar firme, sólido y seguro. Lo que sí saben es que el dinero para las columnas, vigas y muros llegó de alguna parte menos del salario de 35 dólares mensuales que recibía.
—Anoche mismo vino mi papá con una muchacha, y me dijo… yo no estaba hablando con ella ni nada, ella nada más me dijo, ¿los niños están bien? Y yo le dije, están bien mija, gracias a Dios. Y ella me dijo: a los niños hay que encaminarlos. Hay que enseñarles de Dios. Que aprendan. Hablarles de Dios, hay mucho homosexualismo.
Uno de los salmos que prefiere Alicia es el número 1. Me lo lee:
—“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en sillas de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”.
—¿Por qué te gusta ese salmo?
—Porque dice “bienaventurado el varón”. Y porque son varones.
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Cuatro años después del huracán Sandy, en los días del enjambre sísmico, me crucé con una señora negra que se alejaba hablando consigo misma de una comunidad de “petrocasas” enclavada en las afueras de la ciudad. Se detuvo de pronto y, sin conocerme, me dijo señalando al vecindario:
—Figúrate tú. ¿Qué casa uno va a tener ahora, dónde va a vivir? Si la haces de zinc un huracán te la vuela. Si la haces de placa un terremoto te la tumba… Hay que venir pa’ acá… hay que comprarse una petrocasa.
No esperó respuesta, siguió murmurando cosas, moviendo la cabeza de un lado a otro por la calle.
Situado en el fondo de una pequeña depresión geográfica, ese caserío –donado en su totalidad por el gobierno de Venezuela– pudo resistir o evadir el vientre demoledor y reptil del huracán Sandy. Ninguna vivienda perdió el techo o siquiera una teja. El caserío de pequeñas casas blancas de plástico y techo rojo contrastaba con la orgía generalizada de árboles tumbados, basura y escombros.
Todos nos habíamos hecho una pregunta similar a la de esa señora. La propia historia la planteaba: el desastre natural más grande que precedió al Sandy en 2012 fue un terremoto. El de 1932: 6.75 en la escala Richter.
El temblor del 3 de febrero de 1932 mostró una intensidad que casi ningún santiaguero vivo conoce o recuerda. Los ecos de aquel evento son casi nulos. Letra muerta en libros de crónicas que solo historiadores como Olga Portuondo leen. Poquísimos santiagueros vivos han padecido una intensidad telúrica que les hiciera perder el equilibrio, detenerse en plena calle, agacharse o acostarse.
Aquel tuvo una intensidad de 8 en la escala MSK, y dejó tras de sí afectaciones al 80 % de las construcciones. Entre el 5 % y el 10 % de ellas fueron derrumbes totales, el 40 % con daños severos que representaron pérdidas por 15 millones de pesos (al valor de 1932). Pese a tales daños, solo se reportaron 14 muertos y 200 heridos.[1]
Con un 10 % de derrumbes totales, se puede afirmar que en 1932 no hubo mayores consecuencias en vidas humanas en Santiago de Cuba, porque sucesivos eventos en horas de la madrugada, antes del sismo principal, mantuvieron a la población pernoctando en áreas abiertas.[2]
En Haití, 2010, fue diferente. El terremoto de 7.0 que demolió la ciudad de Puerto Príncipe el 12 de enero sorprendió a todos justo cuando declinaba una tarde ordinaria, soleada y pobre como la del día anterior y los años que precedían. Unos 250 000 haitianos murieron sepultados o sufrieron heridas que los llevaron a la muerte, 20 000 estructuras comerciales y 225 000 residencias se derrumbaron o sufrieron daños graves.
Algunos de los datos que recogió en el sitio del desastre BFP Engineers, Inc., empresa de Berkeley, California, experta en evaluación e ingeniería sísmica, revelan violaciones constructivas similares a las que existen en Santiago de Cuba.
Los ingenieros Eduardo Fierro y Cynthia Perry elaboraron un informe en el que se lee: “Materiales de calidad deficiente, mano de obra pobre, mantenimiento deficiente, y el uso de materiales corrosivos como las arenas de playa en el concreto resultan en estructuras que funcionan mal. No se puede esperar que la construcción sin ningún diseño o supervisión de ingeniería, sin estándares, y mucho menos sin estándares sísmicos, y sin ningún tipo de inspección, queden bien durante un terremoto de gran magnitud”.
Otros elementos del informe sobre Haití que se pueden verificar en Santiago son: “detalles concretos típicos con miembros de tamaño insuficiente, uso mixto de barras de refuerzo lisas y deformadas, barras de refuerzo pequeñas […]. El hormigón de mala calidad, la falta de consolidación y la corrosión de las barras también se ven ampliamente”.
Fierro y Perry son categóricos al afirmar: “El aspecto más llamativo del terremoto haitiano es la ausencia total de detalles sísmicos en la construcción haitiana”. No se puede decir lo mismo de Santiago de Cuba. Toda familia local sabe que una construcción de mampostería con techo de hormigón lleva columnas y vigas. El arquitecto de la comunidad se encarga de sugerirlo en el proyecto formal. El pliegue está en la ejecución. La ejecución es un caballo desbocado en la ciudad héroe, es el talón de Aquiles de nuestra vivienda antisísmica concebida por autoconstrucción, pero este apenas es la punta de un iceberg político, económico y social.
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En el primer edificio antisísmico de Santiago de Cuba supe que las conferencias anunciadas en aquel volante evangélico serían dictadas por cuarenta oradores norteamericanos. Esperaba una mezcla audaz entre ciencia y religión. Hermenéutica, teología dura e ingeniosa. En la práctica, los discursos pasaron por el tema sísmico como un tren nacional por una estación de municipio.
Al culto de la Primera Iglesia Bautista asistió como conferencista un anciano canoso del Sur americano que usó la muerte como pivote. Narró la historia de cómo un amigo suyo de 15 años cayó al piso, y aunque el hospital estaba a solo unos metros del lugar del accidente no pudieron salvarlo a tiempo. Decía a los fieles: “¿Ven, que no hay perspectivas de a qué edad puede ocurrir? ¿Ven, que es importante, lo más importante y cuanto antes, que pongas tu fe en Jesucristo? Puede que esta vez ocurra un terremoto. Y que mueras en él. Que te atropelle un auto. Puede ocurrir un aneurisma en tu cerebro o puedes tener un infarto. Cualquier cosa puede ocurrir”.
En el discurso de la Séptima Iglesia Bautista el ponente fue un hombre apuesto, alto y fornido, de no más de 35 años, que no habló de terremotos sino de “mantenerse en la carrera”, de ayudarse unos a otros como hermanos a mantenerse en la carrera y en el amor a Jesús. En un momento narró con detalles el padecimiento que atormentaba a su hija de 4 años: sus piernas sangraban.
“Cada día tengo que mirar así a mi pequeña hija. Es muy duro para mí, y para ser honesto, hace unas semanas yo miré a Dios, y dije: ‘¿Por qué mi hija? ¿Por qué ella tiene que tener este problema? Tú eres el Dios que hizo el universo con simplicidad. Tú puedes tocar a mi hija, tú puedes sanarla así, en un instante. ¿Por qué yo tengo que vivir esto cada día?”. Y se le cortó la voz. No habló de terremotos, sino de la presencia rectora y severa de Dios. Dios que coloca una valla invisible al rebaño. El rebaño debe creer que esa valla existe y lo protegerá de los lobos, las plagas y la caducidad.
Notas
[1] Cfr. Erly Arner Reyes, Coralina Vaz Suárez y Estrella Roca Fernández: «Dos visiones de eventos naturales que impactaron el patrimonio construido de Santiago de Cuba», Arquitectura y Urbanismo, no. 2, vol. XXXVI, mayo-agosto, 2015, p. 65.
[2] Ídem.
Saludos, pensaba que “Periodismo de Barrio” era una revista seria, y que cada artículo que se publica también lo fuera, pero lamentablemente este hizo cambiar mi opinión. Si el autor, Carlos Melian Moreno estuvo o vive en Santiago de Cuba, debió ir a la fuente directa, al Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas(CENAIS) y entrevistar a los sismólogos, en vez de remitirse a entrevistas a religiosos y anécdotas que pierden al lector. Por qué ir por las ramas y no ir al tronco directo. Por qué mezclar un tema científico, tan serio, tan real como la seguridad sísmica de la ciudad con otros tan poco serios, anticientíficos e irreales como es la religión? Los terremotos y la ciencia que los estudia, la sismología, es un tema muy terrenal, nada que ver con el cielo ni con la religión. Al contrario, varias religiones se aprovecharon de esta situación tanto en Santiago de Cuba como en otras ciudades (Baracoa entre otras) para diseminar mensajes falsos con el objetivo de crear una situación de pánico en la población anunciando tsunamis y terremotos en fechas próximas. Con una entrevista a nosotros, los especialistas en sismología, se hubiera puesto todo encima de la mesa, los aspectos objetivos y subjetivos que determinan la vulnerabilidad sísmica de la ciudad de Santiago de Cuba, de las censuras sobre este tema, justificadas o no, sin vueltas y más vueltas. El mensajero se pierde en un largo y tortuoso camino y se pierde la oportunidad de trasmitir un mensaje necesario para aumentar la percepción del riesgo de los dirigentes y de la población.
La falta de conocimientos del autor acerca de la sismología lo hace afirmar que: “El 20 de enero de 2016, en comparecencia televisiva, el doctor Enrique D. Arango, vicedirector técnico del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS), dijo que la experiencia del monitoreo sismológico de nuestro país era insuficiente como para identificar qué tipo de evento significaban aquellos terremotos. Era el equivalente a no saber si se está frente a un ñandú o un avestruz, aun cuando se conoce que tienen plumas, y que son más altos que un pavo”. Esto lo considero una falta de respeto, una burla estúpida, ignorante, además este tipo de comentario no es necesario ni ayuda en lo absoluto a trasmitir un mensaje. Ni yo, ni nadie en el mundo puede asegurar que tipo de anomalía sísmica se está enfrentando, si toda esta sismicidad pudiera ser una actividad premonitora o previa de un terremoto fuerte o no. Es un procedimiento internacional esperar un tiempo prudente en un lugar seguro después que ocurre un sismo moderado o fuerte porque no se conoce que va a suceder luego y mucho más en Santiago de Cuba, donde se espera un terremoto fuerte luego de transcurridos 85 años del terremoto de 1932.
El libro de Olga Portuondo “Misericordia” es un gran libro producto de una labor minuciosa de búsqueda de datos dispersos en diferentes archivos de Cuba y España de la historia sísmica de Santiago de Cuba. Son datos reales y mucho más cercanos en el tiempo que los relatados en la misma biblia, que millones de personas leen a diario, un libro que se puede catalogar de “ciencia ficción” o peor aún (estoy ofendiendo a la literatura de CF), de mal gusto, de incultura e ignorancia, comparable con el reggaetón, donde no se dice algo que valga la pena, mucho menos verídico, mientras todo lo que relata “Misericordia” es totalmente ajustado a la realidad.
Aclaraciones: Se escribe astenósfera, No atenosfera. El apellido de Fernando es Guasch, no Guarch. En Haití además de las malas construcciones influyó mucho y casi fue determinante el tipo de suelo.