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Nacida para reinar: Dulce María Rodríguez, Iyaonifá Ifá-Iranlówó

Cabildo Fermina Gómez ati Eşu Dina (Foto: Periodismo de Barrio).

      Para alcanzar altos niveles de conocimiento, de secretos religiosos y de funcionamientos ceremoniales, se requiere de muchos años de estudio y esfuerzos.

Miguel Fables Padrón, awό Òrúnmìla Ifátolá Odí Ìká

 

Son las seis de la tarde y el tambor a los muertos está a punto de acabarse. El Cabildo Fermina Gómez ati Eşu Dina es una feria llena de gente con prisa. Caminan de un lado a otro, hablan a la vez, llevan fuentes vacías a la cocina y transpiran en abundancia debajo de la ropa blanca. Una mujer amable nos ofrece asiento: “ya viene Dulce María”. La casa es grande, con ventanas y puertas que se abren y cierran sin cesar. Está cuidadosamente pintada y sobre las paredes se observan dibujos de signos religiosos y frases inspiradoras. El atardecer se fuga hacia un altar con fotos y vasos de agua. Sobre el borde de la copa principal la descomposición de la luz despliega un diminuto arcoíris. Se extingue al instante en que mis ojos se mueven a otro ángulo para estudiar la belleza de un Olokun frondoso, elegante.

Durante su adolescencia y juventud Dulce María fue deportista de alto rendimiento. Practicaba gimnasia. “Pero este pueblo de Holguín es muy racista y despreciativo hacia los negros. No obstante, a pesar de ser la única negra del equipo de la provincia, llegué a integrar el equipo nacional”.

Fue mientras desarrollaba su carrera como deportista que empezaron a manifestarse los espíritus. Comenzó a padecer terribles crisis que los médicos diagnosticaron como ataques epilépticos. En una ocasión, mientras se preparaba para unas competencias nacionales, quedó totalmente inválida. Los médicos comenzaron a buscar un pinzamiento del nervio ciático. Y es ahí cuando los “ataques” se intensifican. “Recuerdo que me inyectaban varias drogas, me ingresaban, me hacían exámenes y no daban con la causa. Aquello fue terrible”.

Dulce María Rodríguez (Foto: Periodismo de Barrio).

Más tarde, Dulce María contrajo matrimonio con el que fuera su primer novio, Pedro Orlando Reyes, un púgil del equipo nacional de boxeo. “Mi suegra, que me quería muchísimo, una santera con mediumnidad desarrollada, me llevó en cierta ocasión a una misa espiritual. Esa fue la primera vez que se presentó Ta José, el espíritu principal que me acompaña, y se hizo dueño de la misa. Fue el comienzo de mi progreso espiritual”.

Estaba viviendo en La Habana en ese tiempo, pero Yemayá le hablaba a través de las bocas conocidas, del mar que tanto le gustaba visitar a la caída del sol, y hasta en sueños. Según Dulce, una noche fue clarísimo el mensaje: “Me dijo que había un pueblo que me estaba esperando, y que debía regresar a mi provincia”. Al volver a Holguín al cabo de tres años comenzó a iniciar discípulos, tanto de Ocha como de la religión del Palo Monte. Poco a poco, acompañada de sus deidades y espíritus, ella misma conformó el cabildo, al cual nombró, por supuesto, Fermina Gómez ati Eşu Dina.

“Después fue que vino Ifá. Durante un cierre de año se me monta Ta José y me dice que iban a visitarnos unos mensajeros de las «luces grandes»”. Se refiere a La Habana. De allá, según le dijo Ta José, venía la salvación. El primero de enero de 2009 hace la “bajada del caracol”, ceremonia para conocer el orisha que reina sobre la cabeza del aleyo (iniciado), y viene Yemayá con un signo que decía que tenía que hacer Ifá.

En ese momento, por elección, Dulce María era la presidenta del Consejo de Mayores de la filial Holguín, por lo que dirigía todas las ceremonias en esa provincia. Además, fue fundadora, representando al cabildo de su padre, de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba. Su cabildo es también una escuela de Ifá y de Santo.

Preparación de las yerbas para hacer un lavatorio como parte del proceso de iniciación (Foto: Periodismo de Barrio).

Dulce María estaba acostumbrada a trabajar directamente con babalawos porque estaba casada con uno, así que desde entonces se adentró en el estudio de los preceptos de Ifá con devoción. Los babalawos se sintieron intimidados al saber que ella iba a «entrar al cuarto» de Ifá, es decir, que pronto le consagrarían al dios supremo de los yorubas directamente sobre su cabeza.

El 23 de abril de 2009 llega Víctor Betancourt —antropólogo y especialista en religiones afrocubanas— a la provincia de Holguín para dirigir un Ifá. Cuando estaban reunidos los babalawos en la organización, mencionan el caso de Dulce María. “Ya yo conocía a Víctor, uno de los religiosos más sabios que tenemos y que es, además, abuelo de mi nieta. Él me dice que ya yo era iyanifá, que solamente me faltaba la consagración. De hecho, ya yo había «levantado» unos cuantos Ifá como apetebbí, es decir, como mujer que ya había recibido la preiniciación y que por tanto poseía akofá [mano de Orula para los hombres], por lo que tenía varios ahijados. Hoy por hoy he consagrado a más de diez iniciados en Ifá. Mujeres tengo cinco nada más, porque como me costó tanto conseguirlo y respeto y amo tanto a Ifá, solamente entro al cuarto a una mujer que tenga el conocimiento necesario, que haya venido predestinada, y que sea un gran ser humano. No se trata de sobrecumplir. Yo estoy bien así con mis ahijadas”.

Junto a Dulce María se consagraron en Ifá su hija Yadira Flamand Rodríguez y tres mujeres más. “Fuimos cinco en Holguín. Recuerdo cuán difícil fue de alcanzar, porque me desprestigiaron en la propia Asociación diciendo mentiras sobre mi comportamiento, inventando historias de que yo había botado mis santos y ahora solo me importaba Ifá, y que yo me había unido a grupos contrarrevolucionarios”.

El orgullo de Dulce María es la comunidad de ahijados y seguidores que ha logrado formar (Foto: Periodismo de Barrio).

Con Víctor Betancourt participó por esa fecha en una reunión nacional donde estaba presente Caridad Diego, jefa de la Oficina de Atención para los Asuntos Religiosos en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba. “Fui cuestionada también por ella, debido a mi decisión de consagrarme en Ifá. Le dije que yo ni a ella ni a nadie tenía que pedirle permiso, que eso era cosa de Ifá y de los signos, y que yo no iba a desobedecer un mandato religioso superior. Yo no necesitaba la bendición de los vivos, sino de los muertos y de las divinidades. Me lo pude haber hecho en La Habana, donde nadie se hubiera enterado. Pero quise hacérmelo en mi pueblo, donde nací, donde dirijo, donde creé una comunidad religiosa”.

Ello trajo como consecuencia que Dulce María es hoy por hoy la iyanifá más impugnada de toda Cuba. Porque nadie es profeta en su propia tierra, y ella lo sabe muy bien. Fue expulsada del Consejo de Mayores de la Asociación Cultural Yoruba de Holguín y luego de la Nacional. Reunieron a todos los cabildos, los mismos que ella había ayudado a conformar, y todos votaron en su contra, incluyendo el que dirigía su padre, quien aún vivía. “Mi familia completa me aborreció. Vino Antonio Castañeda Márquez, quien era el presidente de la Asociación Nacional, y convocó a un acto en el Teatro de la Construcción donde participó muchísima gente del pueblo religioso holguinero. La mayoría de mis ahijados me abandonaron. Se quedó el templo vacío”.

Dulce María baja la mirada, pero nunca la cabeza. Los recuerdos le humedecen la frente y enciende otro cigarro. Ha consumido casi una cajetilla de Populares rojos con filtro durante la entrevista. Hace una pausa para aspirar el humo mientras recobra la voz.

“Pasé hambre y necesidades, pero no perdí la fe. Aproveché ese momento de soledad y vacío para estudiar los cultos de Ifá más a fondo. Eso fue entre los meses de junio y octubre de 2009. En octubre, ya siendo iyanifá, pude realizar el Festival de Orunmila, que solamente lo hacía el Cabildo Ifá-Iranlówó, dirigido por Víctor Betancourt en La Habana, y en Matanzas la Casa Otura-Dí. Acá en Holguín lo instauré yo, y por primera vez dirigí un festival africano. Traje para mi casa a más de quince ahijados que ya seguían a Víctor y comencé los preparativos”. Explica Dulce María que los cantos a las divinidades, a los diferentes animales, la llamada de Ifá, es decir, toda la liturgia, se hizo según el concepto puramente africano. Para la segunda edición los mayores decidieron darle alcance nacional y traer a su cabildo a todas las iyanifás. Y hasta el sol de hoy, durante diecisiete días en el mes de diciembre, año tras año, Dulce María continúa haciendo el Festival de Orunmila.

Momento del ritual en el cabildo de Dulce María (Foto: Periodismo de Barrio).

“Todas mis acciones religiosas son al margen de la Asociación Yoruba de Cuba. No tengo ni quiero tener nada que ver con ellos. Soy desafecta a esa institución. Nunca voy al Partido a pedir permiso para mis actividades, sino a informar, porque las ceremonias que realizo siempre conllevan un gran trasiego de personas. De todas formas, a mí la Seguridad del Estado me mantiene observada. Ellos me conocen bien y ya me dejan por incorregible. Ellos mismos me hicieron famosa”.

En 2019 la Asociación Cultural Yoruba de Cuba se interesó en unir las dos letras —la suya y la de la casa-templo de la Comisión Miguel Febles Padrón, conocida como Casona de 10 de Octubre, que es a donde las iyanifás de Holguín pertenecen— y, por tanto, las dos casas. “Querían que volviéramos a pertenecer después de habernos expulsado y sancionado injustamente. Vino Caridad Diego a Holguín y nos reunimos con el fin de analizar esta nueva iniciativa. Tenían sentimientos encontrados hacia mí, porque no podían dejar de reconocer que cuando la Asociación Yoruba no hacía nada en la provincia, yo desarrollaba conferencias, coloquios y ceremonias de todo tipo. Mi misión era darle vida a la religión en el pueblo que me vio nacer. Tan es así, que el quinto coloquio de las iyanifás que hicimos fue en la Plaza de la Revolución de Holguín”.

La relevancia del trabajo realizado por Dulce María y sus ahijadas y ahijados en la provincia era demasiado evidente, por lo que los dirigentes del Comité Central del Partido no podían menos que considerarla. “Yo no sentía ningún estímulo en volver a ser afiliada, pero sí expresé mi criterio con respecto a lo desorganizada y prostituida que se encontraba la religión en el país, lo cual es permitido por los mayores de la Asociación. Y por mi compromiso como religiosa no pude negar mi ayuda ante el desastre”. Una vez más, Dulce María fue colocada como organizadora provincial y, después de fallecido el presidente nacional, volvió a ser la presidenta de los Consejos de Mayores. Restableció los cabildos y reorganizó la provincia. “Siempre volviendo a mi cabildo, que es el primero que tiene que salir adelante. La Asociación me causó grandes sufrimientos. Lo perdí todo, también la fe en la institución”.

Afiliadas del cabildo de Dulce María conversan y repasan los cantos que más tarde entonarán en la ceremonia (Foto: Periodismo de Barrio).

Poco a poco las relaciones con su familia se fueron restableciendo. Su padre murió hace siete años y a la madre la perdió por la Covid-19 hace varios meses. En estos momentos dirige indirectamente el que fuera su cabildo. “Por determinación propia mis padres dejaron la casa a nombre de mi hija Yadira. Por tanto, ella es quien está al frente de aquel Cabildo y yo me puedo concentrar más en el Fermina Gómez, que es el mío”. Sin perder de vista las pautas que le dictan los espíritus de sus mayores, ha ido sumando nuevos aprendizajes siempre que sean buenas prácticas religiosas. Por eso el concepto que manejan en su cabildo es tradicionalista nigeriano, no criollo o afrocubano, que es otra tendencia.

El primero de enero de 2021, luego de varios días de trabajar sin descanso en los rituales correspondientes, las iyanifás de Cuba sacaron la Letra del Año. “Fue tremendo. Comencé yo haciendo el «levantamiento» por teléfono a todas las iyanifás por provincia, con Holguín a la cabeza”. Las críticas no se hicieron esperar, y las graves amenazas a la integridad física y moral de las iyanifás tampoco. La Asociación Cultural Yoruba de Cuba hizo una publicación en su muro de Facebook donde acusaba a las iyanifás de profanar en su máxima expresión la cultura patrimonial, la religión misma y el legado de los ancestros. Un grupo de mujeres había osado tomar las riendas de la jerarquía religiosa y había celebrado una ceremonia históricamente vinculada al privilegio masculino. “Nos hicieron la guerra, además de por ser mujeres, porque nos atrevimos a dar un lugar a los posicionamientos y criterios de las demás provincias, y nos alejamos completamente del habanocentrismo que desde siempre ha caracterizado la ceremonia de la Letra del Año”.

Dulce María, al frente de la iniciativa, dividió el país en Occidente, Centro y Oriente para delimitar de esta manera las responsabilidades. Las reuniones se hicieron por videollamadas. A lo largo de la isla, las diferentes ceremonias se fueron realizando en la medida en que eran orientadas desde Holguín. “Por ejemplo, La Habana le hizo sacrificios a Odudúa y a Yemayá, Matanzas a Orishaoko, y así, para que proporcionaran un buen año. Acá en Holguín le «dimos de comer» a Olokun, que casualmente salió como divinidad regente”.

A pesar de que el primero de enero varios agentes de la Seguridad del Estado visitaron el cabildo, ellas lograron cumplir con la ceremonia y culminar la adivinación a su manera, contando las historias, la traducción y la interpretación de cada una. “Por ejemplo, Olofin a través de Orunmila nos distinguió porque nos trajo como signo Ogbe She: «por mucho mal que le quieran hacer, en un bien se convertirá, porque ustedes reinarán»”.

Durante una ceremonia Dulce María canta y el resto de los presentes responden con un coro (Foto: Periodismo de Barrio).

Dice Dulce María que una de las preguntas que hizo durante la ceremonia fue que cómo era posible que las iyanifás reunidas sacaran a Olokun como divinidad regente y la Asociación Yoruba en La Habana también. ¿Cómo es posible que Orunmila haya hablado lo mismo, sin distinguir que allá lo hicieron los hombres y acá las mujeres?

La diferencia principal entre ambas «letras» consistió en que los babalawos de la Asociación Yoruba no «vieron» la pandemia de Covid-19. En la letra que ellos dieron a conocer ese año no aparece ninguna referencia a una de las crisis sanitarias más terribles que ha vivido Cuba en su historia, que devastó al país tanto en lo económico y social como en lo político, porque puso al descubierto los desaciertos de una pésima gestión gubernamental. Las iyanifás sí la discernieron. “Y pudimos determinar, tras cuatro días de estudio, todo lo que sucedió ese año en nuestro país”. Seis odun —que en lengua yoruba significa literalmente año, es decir, los signos que marcarán un tiempo nuevo, otra realidad— con su interpretación y consejos respectivos obtuvieron las iyanifás. Y los mostraron al mundo a través de su página de Facebook, sin dejar nada fuera. El escenario político, religioso, familiar, social, todo está contemplado en esa Letra del Año. “Porque hay que hablar principalmente para el pueblo, no solamente para los religiosos”, asegura Dulce María.

A raíz de ese suceso comenzaron a llegar mensajes de odio desde todas partes. Amenazaron de muerte a Dulce María, a su hija Yadira y a su nieta, una niña pequeña. Y también se empezaron a morir los babalawos que las injuriaron, incluido el presidente de la Asociación Yoruba de Cuba. Según ella asegura murieron dieciséis. “El que quiera tener problemas con el cielo, que se busque problemas con las mujeres. Nosotras denunciamos estos atropellos, por supuesto. Porque no nos tiembla la voz para decir la verdad”.

Hace tres años ya que no han podido organizar los coloquios a causa de la pandemia, pero esperan retomarlos muy pronto. “En nuestros eventos participan todas las personas religiosas que tengan algún conocimiento que aportar. Escogemos las mejores ponencias, porque la sabiduría se halla en todas partes, no solo en quienes ostentan un alto grado dentro del mundo religioso. Nosotras las iyanifás les otorgamos un espacio en nuestro equipo a las acuetebbí (apetebbí), es decir, mujeres que solamente tienen la mano de Orula y que son distinguidas por Orunmila: las buenas seguidoras de Ifá”.

“Yo no critico a nadie, y respeto a todo el mundo. A nosotras nos dicen las madrinas de los homosexuales. Y así mismo es, a mucha honra. A nuestro cabildo pertenecen personas gays, lesbianas, travestis, de todas las profesiones y procedencias. Hay médicos, juristas, artistas. Niños, jóvenes y adultos mayores. De todo tenemos. En nuestra casa lo mismo celebramos actividades por el Día de la Mujer, el Día de las Madres, que hacemos shows de transformistas en la terraza. Yo soy harina de otro costal”.

El tambor es esencial para acompañar los cantos en cada ceremonia (Foto: Periodismo de Barrio).

De vez en cuando procura también escapar de la rutina. “Me gusta salir a pasear con mi esposo y tomarnos una cerveza o bailar en algún club. Yo lo mismo canto y bailo rumba, casino o bolero, que alguna música moderna. Me gusta la fiesta y la diversión, como a todo el mundo”. Su orgullo, su mayor mérito es la comunidad de ahijados y seguidores que la adoran. Sus vecinos, su familia tanto religiosa como de sangre. “Para mí las ceremonias son sagradas, en todo el sentido de la palabra. Cuando les canto a las divinidades lo hago desde el corazón”, dice Dulce María sonriendo. La nieta ha llegado a despedirse, se nota la complicidad entre ellas. Una sabe que en la vida de la abuela la otra tiene su refugio.

“Mis ahijados son mis hijos. Los he cuidado en un hospital, les he llevado jabas a la prisión, les he dado consejos matrimoniales y familiares, y los regaño cuando lo tengo que hacer. En esta casa hay un consejo directivo, un consejo litúrgico, pero también hay un consejo disciplinario y un reglamento que procuramos cumplir a cabalidad. Somos una hermandad, pero exigimos un determinado comportamiento. Así funciona la casa. Yo dirijo, pero soy una más. No permito que el ego ni la autosuficiencia ganen terreno. Para mí solo pido fuerzas. Y seguir adelante sin derrumbarme”.

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