Periodismo de Barrio entrevista a la artista cubana Tania Bruguera, fundadora del Instituto Internacional de Artivismo “Hannah Arendt” (INSTAR). Esta entrevista forma parte de La Revolución de los aplausos, una serie de conversaciones con actores de la sociedad civil, a raíz del diálogo que tuvo lugar el 27 de noviembre de 2020 en el Ministerio de Cultura.
¿Podrías explicar la relación entre arte y provocación?
Para mí no es importante pensar en términos de provocación o no provocación, en los shocks que pueda tener una obra o en el escándalo: lo importante es entender cuál es la función que uno le da al arte.
Muchas personas, sobre todo las personas que hacen performance, tratan de explorar con el arte los límites de la vida; no solamente los límites de la vida íntima, personal, sino también social. Qué sucede: nosotros vivimos en sociedades en las cuales se ha decidido –ya sea históricamente, de conjunto o en grupos, gremios–, qué es lo correcto, lo incorrecto, qué se debe hacer, qué no se debe hacer… Entonces, ahí sí defiendo la libertad que debe tener el arte de cuestionarlo todo, incluso cosas que se han decidido hace siglos, correctas o no. ¿Por qué? Porque el arte es una exploración a terrenos que no han estado codificados, de redistribución de sentidos.
Cuando uno se dedica a cuestionar lo que todo el mundo hace sin preguntarse, se convierte en un escándalo, en una provocación. A mí me parece que el arte no es provocación. El arte es un viaje difícil, honesto, donde te lo cuestionas todo.
Ese cuestionamiento del artista se supone que debe llegar al público y que el público responda de cierta forma. ¿Buscas eso desde el principio?
Hay distintas maneras: a veces el artista se busca a sí mismo, busca dentro de sí, pero el artista siempre tiene la necesidad de compartir con otros su búsqueda y sus aciertos.
Yo soy una artista que me posiciono desde el arte de conducta, desde el arte políticamente comprometido, y a mí sí me interesa ver el arte como una herramienta social. Por lo tanto, cuando hago una obra, no decido: “Ay, me gusta el color azul y por eso voy a pintar esta pared de azul”. Yo tengo que pensar cómo funciona el color azul para las personas que van a venir a la exposición, cómo han reaccionado ellos históricamente al color azul, qué significa el color azul para ese grupo y no para otro.
En ese sentido, mi arte es una especie de “esclavitud” con respecto al público, porque yo hago la obra teniendo en cuenta emociones –formadas o deformadas– que tienen las personas que van a encontrarse con ella.
Entonces, en cada una de esas obras buscas que la gente responda de cierta manera…
Trato de que la gente no responda de una manera X o Y. Mis obras no son para hacer algo que está bien o está mal. Busco que la gente tenga que repensar las respuestas automáticas que han aprendido. Y ponerlos en una posición de vulnerabilidad donde dicen: “No sé cómo reaccionar”, o “Lo que sé, que siempre he utilizado, no me está funcionado para esto”.
Entonces, en ese sentido, no hay una cosa correcta o incorrecta. Hay solamente un abrirse a buscar otras maneras de reaccionar o de tener, digamos, una experiencia con esa situación que yo creo a través de mi obra.
¿Puedes establecer una relación arte/activismo?
El arte tiene múltiples funciones. Generalmente las funciones estéticas, hedonistas –que hablan sobre la estética o sobre el arte en sí mismo–, son las que más fácilmente se promocionan, porque son cuestiones que no crean muchos conflictos.
Pero nací en Cuba, mi educación artística viene de Cuba y volví a retomar preguntas que se hicieron al inicio de la Revolución: ¿Para qué es el arte? ¿Puede el arte cambiar la realidad? ¿Puede el arte hablar por situaciones que no tienen otra manera de representarse?
En ese sentido, poco a poco, encontré el activismo. Porque el activismo es una práctica en la cual tú eres consciente de que eres un ciudadano activo, con una responsabilidad. No eres un cliente de una empresa, no eres un consumidor. Eres un ciudadano. Es decir, alguien que defiende sus derechos y que exige que se cambie lo que no le funciona, a él o a su grupo.
El arte y el activismo, a lo que yo le he puesto artivismo –hay gente a la que no le gusta el término, a mí me gusta mucho–, es decir, el reclamo de interferencia en la realidad, el reclamo de cambio de la sociedad que pueden hacer los artistas desde el arte, necesita un componente que no sea solamente hedonista, espiritual. Necesita un componente de acción y de entendimiento de las energías y los sistemas que existen, a través de los cuales nuestros derechos son cercenados o eliminados.
El arte que quiere ser activista tiene que ser en primer lugar buen arte y lo más vanguardista posible, porque debe también cuestionarse su forma.
¿Cómo debe ser entendido ese arte en una Cuba democrática?
Para llegar a una Cuba democrática, yo siempre he tenido una fe infinita en el arte. Como se vio en la manifestación delante del Ministerio de Cultura, los artistas tenemos varias ventajas. Tenemos una vida complicada igual que todo el mundo: hay que ir a la bodega, conseguir las cosas de la supervivencia, pero tenemos un espacio en nuestras mentes para imaginarnos algo que no ha existido todavía.
A veces las personas tienen muchas ganas de que las cosas cambien, pero la vida cotidiana es tan densa y tan urgente que no tienen, ni siquiera, el entrenamiento para pensar: “Espérate, esto yo lo puedo hacer de otra manera”, “Espérate, yo quiero esto”. No pueden proyectar cómo quieren las cosas, aunque tengan el sentimiento.
Nosotros los artistas nos entrenamos para imaginar algo que no existe. Es decir, un cineasta, hace una película en su cabeza, y después la filma…
¿Pero cuando dices “entrenarnos” te refieres a la academia?
Me refiero a la tradición del arte. No tiene que ser a la academia. No tiene que ser una escuela formal, también hay una formación “informal” del arte. Donde uno va aprendiendo de una historia, cómo se crea un lenguaje, cómo se articula la producción de una idea para que se haga realidad: cómo podemos hacer que lo que está en nuestra cabeza se convierta en algo físico fuera de nosotros. Esa es una posibilidad que tenemos los artistas de todos los ramos. Y es algo que nos puede ayudar en esa Cuba democrática que todos queremos. Yo creo que todos la quieren. No solamente los artistas, ni la gente descontenta.
Los artistas también entienden el poder simbólico de las cosas. Cuando un artista ve un pedazo de tela, no ve una tela. Lo que ve es un cielo. Lo que ve es…, no sé, otra cosa. Para que haya un cambio democrático en Cuba tiene que haber cambios simbólicos, y cambios de significado de las cosas que tenemos hoy. Los artistas tienen las herramientas para hacer eso.
En una Cuba democrática y futura, ¿qué papel jugaría ese arte? ¿El artivismo dejaría de tener sentido?
En una Cuba democrática debe existir el arte contestatario. Debe existir el arte crítico, el arte que cuestiona al poder. El arte debe cuestionar al poder. No importa si la sociedad es de una manera u otra. En una Cuba democrática, al arte se le debe potencializar su capacidad para cuestionar al poder. Cuestionarlo sin que haya consecuencias para las personas. Sin consecuencias negativas. El arte será siempre una conciencia de la sociedad, una conciencia crítica de la sociedad.
Hay otro tipo de arte, no digo todo el arte, esto es importante: yo defiendo el arte que me gusta hacer a mí. No digo que es el único que debe hacerse; adoro y disfruto otros tipos de arte. Pero defiendo el arte como una herramienta para rectificar o redireccionar cosas incorrectas que hace el poder, ahora o dentro de cien años.
Para llegar a eso, háblame sobre el diálogo, el camino del diálogo que está empezando ahora.
Soy una persona que ha pasado por muchas experiencias anteriores en Cuba y fuera de Cuba: diálogos, sentadas, manifestaciones. Quiero ser muy cautelosa. El día que hubo la sentada frente al Ministerio de Cultura, me pasé la mitad del tiempo llorando de la emoción: llevo 20 años esperando para ver eso en Cuba.
Y ver que las personas fueron tan responsables que no se dejaron provocar, porque había agentes de la Seguridad del Estado tratando de provocar; que les echaron espray y no se dejaron provocar, y que entendieron el símbolo de estar ahí…, eso me pareció algo de una esperanza tremenda. Pero el camino del activismo tiene muchos vericuetos. Muchas trampas que se le ponen. Y tan fácil es emocionarse como desilusionarse. Es tan fácil emocionar a un grupo de gente y crear un espacio de esperanza como lo es, y tan rápido, decepcionar.
Cuando se hace activismo –más en un país como Cuba que es una anomalía–, un activismo real, ciudadano, no un activismo falso, creado por el Estado para aparentar… Cuando se hace activismo real lo que estás haciendo es activar, precisamente, todos los sueños de todas las personas que llevan años pensando que nada va a pasar. Entonces, es muy difícil que tú puedas complacer a todas las personas que han visto en una acción la solución de todo, cuando es solo una acción.
Yo quiero ser cautelosa. He sido la persona más feliz estos días. Hoy, la reunión que hemos tenido me ha dado unas esperanzas tremendas. Lo que más esperanza me da no es que la gente sabe o no sabe hacer las cosas, sino el nivel de honestidad y el nivel de respeto. Aquí se han dicho cosas muy fuertes. Eso para mí es un logro mucho más grande que cosas que quizás visualmente sean más poderosas. Porque significa que hay una fibra sana. Y solamente puede haber en Cuba una vida democrática si nosotros nos curamos todo el daño antropológico que tenemos; si nosotros podemos ser honestos unos con otros; respetar verdaderamente –no para hacer una pose– lo que piense el otro. Eso es lo que yo he visto en este grupo. Y eso me da más fe que nada.
Yo pienso que dialogar siempre debe ser una opción. La gente dice que soy muy radical, pero en realidad no soy ese monstruo que pintan. Yo confío en las instituciones como estructura. No confío en las instituciones cubanas. Y no confío en las instituciones cubanas porque he visto cómo se han traicionado a sí mismas y cómo no han cumplido sus funciones. Pero yo en la institución, como estructura social, como mecanismo político, sí creo. De hecho, pienso que uno de los grandes problemas que hay en Cuba es que se vació de contenido y de función real la institución. Entonces, las instituciones se convierten en atrezo, donde la gente entra y sale de una oficina, pero no le importa nada. La gente verdaderamente no cree en esa institución.
Para que nosotros podamos salir de un totalitarismo, para que en Cuba no haya dictadura, para que en Cuba pueda existir una sociedad como siempre se dice: “con todos y para el bien de todos”, hay que tener instituciones fuertes, que defiendan su misión. El diálogo es importante, nosotros estamos exigiendo con ese diálogo que la institución sea lo que dice que es, pero que no es.
Para mí ese diálogo consiste en exigir a las instituciones, en este caso el Ministerio de Cultura, en la próxima el Ministerio del Interior o de Justicia, que sean en realidad lo que ellos dicen que son.
O sea, que de cierta forma estás confiando en ellos a través de esto…
Yo sé que la posición más popular es no confiar en las instituciones. Es la posición, digamos, anarquista, o la posición de irreverencia total. Yo, puede que en algún momento llegue ahí, pero quisiera tener un proceso. Quiero primero dar una oportunidad.
Le dimos una oportunidad al viceministro de Cultura, falló. Yo no quiero llegar a un radicalismo sin haber ido paso por paso. Le dimos una oportunidad, falló. Rompió los acuerdos en menos de 24 horas. OK, hay una reunión ahora con el ministro. Un juego de espejos, como queriendo decir: “No es la institución, es la persona la que lo hizo mal”. Bueno, vamos a ver al ministro. Puede ser que yo en ese proceso llegue a un punto que diga: “Las instituciones aquí no funcionan, y no se puede dialogar con ellas”. Es mi derecho como ciudadana, tener una opinión sobre las instituciones cubanas. Yo quiero darle la oportunidad para que después no me digan que no tratamos esto…, que no tratamos lo otro…
De hecho, a veces los activistas no están de acuerdo conmigo, pero yo soy una persona que todo lo hago por la ley. Aunque yo creo que la ley en Cuba es injusta. Es una ley inoperativa y es una ley que se usa con carácter de castigo político. La ley en Cuba no se hace para defender al ciudadano, se hace para defender al Estado. Yo no estoy de acuerdo con eso, pero creo que hay que empezar por un diálogo. Decepcióname y yo iré al próximo punto. Hay que dar oportunidades. Es lo que pienso.
¿Cuál sería el próximo punto después de la decepción?
Yo no puedo hablar en nombre de nadie ni de ningún grupo. Yo, como Tania Bruguera, artista, activista, pienso que si las instituciones defraudan la expectativa que hemos puesto en ellas, si las instituciones tienen miedo de las personas que deben representar, que son su misión, entonces hay que buscar otros mecanismos. Otros mecanismos pueden ser: buscar instituciones que no sean las que nos deben representar, digamos, a nivel de gremio, sino a otros niveles; puede ser también pedir que esas instituciones cambien, o crear otras instituciones nuevas, que no existen en este momento.
Por ejemplo, yo tengo ideas de instituciones que deberían existir en Cuba y que no existen. El Ministerio de Cultura tiene que tener transparencia institucional. Yo quiero saber, por ejemplo, ¿qué pasó con el dinero que se pagó por filmar Fast and Furious? ¿Que pasó con el dinero que pagó Chanel? ¿Dónde está?
Las instituciones aquí no funcionan. Yo sí creo que aquí hay instituciones que hacen falta y que no existen todavía y hay que proponerlas. Y si el gobierno no está dispuesto a crearlas, las tenemos que hacer nosotros. Y el gobierno no puede sentirse amenazado porque hay cuatro personas que no tienen poder ninguno. Vaya, a lo mejor tienen redes sociales, pero eso no es un poder político real, eso es un poder mediático mediano; ellos no pueden sentirse amenazados porque hay cuatro cubanos que quieren pensar la Cuba distinta y quieren empezarla a construir a su manera, equivocarse o no.
Ese es un problema que tenemos en Cuba con las instituciones. Por ejemplo, se ha hablado mucho de las instituciones activistas. Las ONG, instituciones de LGBTI, feministas, por qué razón en Cuba solo puede existir la institución independiente de un tipo y nadie más puede hacer una versión diversa. Y por qué esas instituciones, por ejemplo, LGBTIQ+, que están interesadas en las mujeres, en la raza, en la clase, en la economía, por qué solamente pueden pertenecer al gobierno de Cuba, pretendiendo que son ciudadanas. Eso es una cosa distrófica. Y es la razón por la que Cuba no funciona. El gobierno no tiene fe, no tiene confianza en sus ciudadanos.
Lo que está pasando en Cuba hoy no es culpa de las personas que están protestando, no es culpa de las personas que están presas como presos políticos; lo que está pasando en Cuba hoy está pasando porque el gobierno no está equipado políticamente para no tenerle miedo a su pueblo.
Entonces en el caso contrario, qué tiene que pasar para que el diálogo sí sea productivo y fluya…
Que no le tengan miedo a la crítica, que no le tengan miedo a la sugerencia, y que haya una modestia de parte de la institución. La institución no puede reunirse con uno como se reunió el viceministro de cultura, con prepotencia, o burlándose de personas que estaban ahí, o queriendo decir: “No, con ustedes no voy a hablar, porque ustedes son radicales”, o tratando de crear división dentro del grupo. En vez de estar hablando de los problemas concretos y humanos que estaban expresándose en ese lugar.
No podemos tener una conversación institucional cuando la discusión no es de contenido, sino de maneras de evitar responder. Eso es lo primero. Como mismo todas las personas que fuimos ahí fuimos honestas, fuimos a corazón abierto, dijimos experiencias directas, personales, no mentimos, los tratamos con respeto, ellos nos tienen que tratar con respeto a nosotros. Y tienen que ser honestos. Que reconozca los problemas: el Ministerio de Cultura es corrupto. Se roba, hay tráfico de influencia. Mira, si nosotros te lo decimos, tú tienes que aceptarlo. Y decir: sabemos que tenemos problemas, déjame ver cómo lo resolvemos. ¿Tienen alguna idea? Ayúdenme.
Eso es lo primero, que haya una modestia por parte de la institución y una honestidad. Va a ser difícil, porque todo aquí es hipócrita, pero bueno. Y lo otro es que estén abiertos a sugerencias.
¿Por qué razón las instituciones en Cuba, desde el CDR hasta el INDER, creen que ellos son los únicos capacitados para encontrar una solución cuando no está funcionando lo que ellos están haciendo? Entonces que estén abiertos a que uno, se equivoque o no, pueda traer propuestas.
A lo mejor ellos dicen: “Mira, no nos funciona”. OK. Pero que estén abiertos a las propuestas.
Y lo tercero es que sean completamente honestos en llevar a cabo los acuerdos. Yo me sentí extraordinariamente decepcionada, aunque Rojas, el viceministro, es una persona con un historial de represión largo, de 30 años. Con un historial de intermediario entre el Ministerio de Cultura y el Ministerio del Interior, que no daba mucha esperanza.
Allí en esa mesa, excepto dos personas que yo no los conocía, todas las personas eran represores culturales conocidos, con 20 años de trabajo de represión. Si quieren las instituciones hablar con nosotros, también pónganos a dialogar con nosotros a personas que no tengan esos historiales y esas respuestas automáticas de reprimir, callar y censurar como la clave de todo.
¿En algún momento confiaste o tuviste la esperanza de que no fueran a romper lo que se acordó en la reunión?
Yo quise pensarlo. ¿Sabes por qué? Porque había 500 personas afuera. Yo pensé que el Ministerio de Cultura iba a respetar e iba a entender lo que simbólicamente significaba que había 500 personas afuera, más los que no pudieron llegar, más los que estaban desde las redes, que eran desde estudiantes de San Alejandro, hasta aristas con el Premio Nacional; personas de 70 y 80 años que llevan 50 años siendo artistas y lidiando con ellos mismos, con esa misma institución.
Yo pensé, quizás fue una ingenuidad, que ellos por primera vez se habían sentido verdaderamente presionados. Evidentemente, lo que ha sucedido es que el interlocutor que pusieron ha dañado la confiabilidad en el diálogo. Nosotros vamos a hacer una segunda opción. Estamos dando todos los chances. Pero yo voy a esa segunda reunión con dudas. Para que en esa segunda reunión nosotros podamos creer lo que nos están diciendo, tienen que haber seguridades, cosas que se van seguir.
No me voy a parar hasta que me aseguren que las cosas discutidas, congeniadas, se van a respetar.
Pero, igual, te lo aseguraron esta vez y no pasó.
Acuérdate de que el interlocutor es una persona a la que le dimos el beneficio de la duda que él no merecía.
¿En tu cabeza hay algún momento en el que ya es tiempo de decir: “Bueno, ya no”?
Va a llegar el momento en que yo voy a decir: “No puedo seguir dialogando”, porque es una burla. Porque, además, ya no podemos seguir esperando.
Ese día de la reunión se dijo que había otra reunión pendiente sobre el caso de un muchacho que se llama Ítalo, que tenía una galería independiente al que le hicieron destruir obras que estaban ahí para que el no pudiera tener su galería; hace dos años que el viceministro dijo que íbamos a tener una reunión y todavía estamos esperando… Ese muchacho ya se fue de Cuba. Se fue a vivir a otro lado porque no pudo aguantar más.
Es decir, las instituciones que tenemos en Cuba hoy son las culpables de que este país no funcione y son las culpables de que los jóvenes se vayan de Cuba. Tienen que asumirlo. No pueden seguir pretendiendo que no es su culpa. Tiene que asumir que es culpa de su mal funcionamiento y del oportunismo. Las instituciones cubanas se han convertido en un espacio de oportunismo. No un espacio funcional para hacer algo, para construir. No. Voy a estar aquí porque resuelvo un viaje, porque tengo un dolarito. Eso no es una institución.
Para que Cuba sea democrática hay que empezar por hacer las cosas con la misión que llevan. No pretender que una cosa es lo que no es.
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