A Laura Rodríguez Fuentes, que regresa.
I. Prólogo
Veinte personas aguardan bajo dos o tres manchas de sombra. Yo soy una de ellas. Ninguna de las veinte personas sabemos qué esperamos, es decir, queremos desplazarnos, pero no hay certezas de que eso ocurra. Es la parada del Crucero.
Carmita tiene ese sol rapaz. Tiene el silencio. Tiene el estoicismo de todas las ruinas.
Un grupo se desprende del resto y abandona la parada. Echan a andar hasta el batey, son siete kilómetros.
—Testigos de Jehová. Van a predicar a Carmita –señala con el dedo una mujer vieja.
Esta es una historia sobre la soledad.
II. Sobre el tiempo de antes
“Hambre, hambre, mucha hambre”, dice un guajiro sin edad cuando pregunto por los tiempos de antes de la Revolución. El guajiro sin edad es Juan Herrera Portal, que en verdad sí tiene una porque nació el 8 de marzo de 1929, seis años después de que se construyera el central azucarero Carmita.
Juan es un hombre antiguo. Hay un pórtico en la vejez que, al cruzarlo, se pierde la edad. Juan no solo lo cruzó, sino que puede mirar hacia atrás.
“Hambre, hambre, hambre”, dice Juan, y cuando ya no le alcanzan las dos sílabas poderosas de “ham-bre” me arma una escena:
—Los gatos de la casa dormían sobre las cenizas del fogón, que casi nunca se encendía.
La propiedad del Central fue un billete premiado en la lotería de las hipotecas. De la Compañía Cuban Cane al Royal Bank of Canada, hasta los bolsillos de Gerardo Machado en 1929.
—Carmen era una de las hijas de Machado. Por eso se llamó Carmita el central.
Ningún registro histórico da fe de ello, pero es la única explicación que la gente del batey ofrece. Las nacionalizaciones del sesenta imponían una amnesia nominal. Calles, escuelas, o pueblos enteros dejarían de llamarse Fe, Buen Viaje o La Piedad para asumir una identidad marcial, ortopédica. A Carmita le llamaron Luis Arcos Bergnes, pero el nombre de muchacha pudo más que el mártir, que la onomástica forzada de los gobiernos, que el olvido.
Carmita es un valle dentro de otro valle: Camajuaní. Es decir, Carmita es un hueco, una grieta, un ojo de huracán con cañaverales en el vórtice. Probablemente Machado, nacido y criado en esos valles, saliera en época de molienda al portal de su mansión –actualmente en ruinas– a mirar los ramales de líneas férreas como culebras en el sembrado.
Los cañaverales son pliegues de tiempo, constantes, la esquina de la página que doblamos para retomar el curso de la historia. A Raúl Torres Acosta lo fusiló Batista en los mismos cañaverales que, años atrás, contemplaba Machado.
La zona más bonita del batey es el barrio viejo. La Compañía Cuban Cane lo construyó para “garantizarles las condiciones de vida a sus obreros”, dice un folleto de lo que fuera la Delegación Provincial del MINAZ en Villa Clara.
—Esas casitas en hilera las levantaron los propietarios del Central pa’ un grupo de obreros que ellos traían, no era gente de aquí. Eran los rompe huelgas del ingenio. A los dueños les convenía tenerlos porque evitaban revuelta –corrige Hero Oviedo, otro hombre antiguo.
Pero ahí están, en pie, con sus maderos originales, el techo a dos aguas y esas fachadas de arquitectura colonial americana, que hacen de dos callejas en el centro de la nada una postal de Nueva Orleans.
A simple vista Carmita parece muchas cosas, pero no me basta, quiero acceder a ella, deshilacharla. Insisto. Hero, Juan, Servilio, Julio, son hombres antiguos. La vida en Carmita no siempre fue esto, aseguran:
—¿Antiguamente me preguntas tú? Antiguamente el güajiro era como asustaón.
—Es verdad. ¿Y tú ves que la gente se queja hoy? Mira, yo le digo a mucha gente, “Chico yo estoy bien”, porque yo desayuno, almuerzo, como, y por la noche cuando me voy a acostar siempre como algo más, siempre tengo.
—¿La vida del momento aquel? ¿Usted quiere saber? La vida era pésima. La Revolución me agarra a mí con 22 años, pero no se me ha olvidado. Era un tiempo hambriento malo. Después triunfa la Revolución y las cosas cambiaron. Cogimos un auge ahí, ¿no?
—Yo quisiera hablar, porque los compañeros ya han hablado del tema. Quiero decirle, periodista, que a nosotros nos pesó mucho que este Central se cayera como se cayó, un centralito bueno. Ahora estamos como abandonaos.
—De eso vamos a hablar más adelante, Juan, pa’ que no le desorganices la historia a la muchacha. Ella preguntó del tiempo de antes.
—Nosotros estábamos esperando a que viniera alguien, periodista.
—A que se acordaran de nosotros.
III. Sobre pérdidas
Los síntomas de soledad impuesta incluyen alucinaciones, ansiedad, o distorsiones de la percepción y del tiempo. Los jóvenes suelen adaptarse mejor a la soledad que las personas mayores, dicen algunos estudios realizados por la Universidad de McGill, en Montreal, Canadá.
La Real Academia Española entiende por soledad:
Uno: La carencia de compañía.
Dos: Lugar desierto o tierra no habitada.
Tres: Pesar o melancolía que se sienten por la pérdida de alguna persona o cosa.
Carmita tiene el Uno, es el Dos, y sufre el Tres.
No veo, sin embargo, personas ansiosas o delirantes, sino reposadas, de serenidad molesta. La distorsión de la realidad o del tiempo ocurre una vez que te adentras, eso sí. Carmita tiene ese efecto retrospectivo, pero antihistórico. No se parece a nada en particular, sino que es un pastiche de muchos “todos”.
—El marido mío era patrullero en Camajuaní. Hace dos años que está en el norte. Se fue ilegal, al segundo intento. La primera vez lo sorprendió la policía con la chalupa en la casa. ¿Se imaginan a los propios compañeros de trabajo cuando vieron que el de la chalupa era El Negro? –explica una muchacha al chofer del camión que nos lleva hasta el batey.
Hay cierta dignidad en el paisaje. Cañaverales cadavéricos. Otros que no, pero tampoco parecen aguardar por la cosecha. Una bodega. Dos casas ya cosechadas, habitadas por gente vieja: maleza que se resiste a morir. Una escuela de piedra con una sola aula. Un cruce ferroviario y una estación de madera repleta de yerba, pero pintada de azul. Hay cierta dignidad en el camino áspero, en la muchacha abandonada por el esposo, en el camión de la empresa cárnica que nos lleva.
El chofer suaviza la marcha y me hinca con el codo.
—¿Las viste?
—Sí –respondo.
—¡Casi no se ven codornices ya! ¡Qué bonito!
El Negro, las codornices… extravíos.
Pregunto todo el tiempo dónde es Carmita, el chofer me dirá cuándo. A Carmita no le sirve un “dónde” sino un “cuándo”. El punto exacto de la geografía es insustancial: entre Vega Alta, Camajuaní, Santa Clara, a un costado de la aorta provincial (la carretera a Cayo Santa María), en el medio de Cuba, en esa zona del cliché que hace de la Isla una postal verde. Sin embargo, Carmita tiene su propio tempo.
La muchacha y yo nos bajamos. Ella se queja del clima. Veo las primeras naves de zinc, y unas columnas de hormigón muy altas: Carmita.
Me tropiezo poca gente. Julio Moreno tiene una hija viviendo en el batey, pero Juan, Hero y Servilio no. Sus hijos se fueron. Los hijos de sus hijos a veces vienen de visita. Laura Rodríguez Fuentes es la hija de una hija de Cira Lucena, se marchó muy niña del batey, se hizo periodista. Los hijos de Juan, Hero y Servilio son científicos, médicos, dirigentes. El éxodo no solo tiene la forma de un barco artesanal. Cada cual construyó su propia huida y es ahí, en la fuga, donde El Negro se confunde con Laura, con el científico, con el médico y con el dirigente.
En la calle una mujer vocifera que perdió el 13 en la bolita, que de guanaja perdió el “guanajo”. Además de su sentencia no hay otros ruidos. Cuesta creer que alguna vez fue Carmita el lugar más estruendoso de la zona.
—¡El pito del ingenio! La gente contenta. Aquello daba gusto. El sonido se escuchaba por todos los alrededores. Se hace con vapor, un mecanismo ahí, pero se oye a muchos kilómetros. ¡Eso daba vida! –recuerda Armando Villanueva, quien fuera durante cuarenta años Maestro Azúcar del Carmita–. ¿Los setenta y los ochenta? ¡Qué época! El equipo de béisbol del Carmita era campeón de la Liga Azucarera. Todos los domingos había juego en el batey. La gente iba desde Santa Clara, desde todas partes, a ver los partidos.
Villanueva no vive en el batey. Su casa siempre ha estado en Camajuaní. Aunque madrugara los días de la molienda y durmiera una que otra vez sobre pilas de bagazo, tenía su hogar bien lejos, y eso lo salva. Pero sabe del lugar sin tiempo que es Carmita, de la parálisis.
—Un cementerio. Hacía muchos años que no iba. Mis compañeros de trabajo vienen hasta Camajuaní a buscar vida, porque allá escasean de casi todo, me dicen ellos. Hace un tiempo regresé al batey para el funeral de una amiga. ¡Lo que pasé para llegar! ¡Ese tramo del Crucero al pueblecito! ¡Y luego para salir de allí! No he ido más.
Lo que hay en Carmita, tal y cual lo vemos, es lo que siempre ha habido, tal y cual lo vio Machado, o Raúl Torres Acosta, o los hombres antiguos. Tal como lo vio Villanueva –el Maestro Azúcar y Secretario del Buró Provincial del Sindicato–, o como lo vio el balsero que abandonó a su esposa, o como lo ve la esposa abandonada por el balsero. Como lo ve el chofer sensible de la empresa cárnica, o Laura, o los hijos médicos, científicos y dirigentes. Es decir, físicamente sí, casi lo mismo, pero un poco más feo. El edificio del Central Luis Arcos Bergnes (denominación actual) se conservó siempre en su estado primitivo, sin sufrir ningún cambio en su estructura general después de 1959.
—El centralito era el más moderno de Cuba cuando triunfa la Revolución –dice Juan Herrera Portal.
Allí, después del sesenta y hasta principios del presente siglo, se construyeron una Escuela Primaria, un edificio como parte del fondo habitacional, tres postas médicas, una farmacia, un kiosco para la compra-venta de artículos en divisa, y una panadería para la distribución normada de la bodega. Casi imperceptibles en el paisaje.
Con la Tarea Álvaro Reynoso, lamentablemente, se destruyó la industria más importante del municipio, uno de los centrales más eficientes del país, que empleaba al 82 por ciento de los habitantes de Carmita. La Sala de Historia (lo que solo puede ser una Sala de Historia: muestrario, película en flashback, la memoria, si no de un pueblo, al menos de quienes la arman, pero igualmente válida). La Biblioteca Pública (en la actualidad existe habilitado un local mínimo con un rótulo a lápiz sobre la puerta: “Sala de Lectura”). Se destruyó el mecanismo de vapor que generaba el ruido; con el ruido, el tiempo; y con el tiempo, la secuencia de días y noches. Se levantó la maquinaria y se esparció la maleza. Lo que fue industria ahora es una mole troceada.
Se prometió.
IV. Sobre la felicidad
Nicomedes Hernández: Recuerdo aquella azúcar del setenta, parecía oro molido, un oro crudo. De solo verla daban ganas de llevarte a la boca un puñao.
Hero Oviedo: Ir para el Central era como ir para un baile.
Juan Herrera: Fíjate que yo entraba en el Central y creía que el Central era mío. Yo llegué a sacar la cachaza de 0,60. Yo vivía orgulloso de mi trabajo. Por eso me dolió mucho que el Estado eliminara el Central. Y si lo eliminaron, al menos que hubieran cumplido lo que prometieron.
Servilio Portal: Tú sabes lo que representó el Período Especial. El tiempo en que el imperialismo planteaba que no íbamos a resistir, y por voluntad del pueblo echamos pa’lante. Fuimos capaces de seguir moliendo a pesar de las condiciones.
Julio Molina: Todos los fines de zafra aquí se hacía una fiesta. Fiestas buenas, que daba el MINAZ con cerveza y música.
Armando Villanueva: Círculo con K, es decir, calidad superior. Había un celo muy grande con el tamaño del grano, humedad del azúcar, polarización, color. Nunca nos viraron una torba para atrás en el puerto.
Juan Herrera: Hubo un año que fuimos los más eficientes del país.
Hero Oviedo: 1985. Molimos más de ciento treinta mil toneladas de caña. La zafra más grande que hemos tenido en la historia de Carmita. Ese año llegamos a moler hasta ciento setenta y cinco mil arrobas diarias. Pero la eficiencia estaba en el recobrado. Tuvimos un recobrado de 91. Pa’ que me entiendas: de cada 100 toneladas de sacarosa aprovechábamos 91. La pérdida era de 9.
Armando Villanueva: Yo era Secretario del Núcleo del Partido, me sacaron de ese puesto y me pusieron de Secretario del Buró Provincial, pa’ desarrollar el Sindicato en Carmita. El Sindicato funcionaba, sí. El Sindicato se fajaba con la administración, digo “se fajaba” entre paréntesis porque no nos fajábamos a los piñazos, pero nos hacíamos escuchar. Había un núcleo fortalecido. Una vez cité a los trabajadores porque no podían pagarnos ese día, y el pago es sagrado. Le dije al económico: “A las dos de la tarde tengo asamblea general, ven a explicarles a los trabajadores por qué no se les paga. Estarán parados sin producir hasta que les rindan cuentas”. Siempre la administración colaboró con nosotros, debo decirlo. ¡Cuántas batallas gané yo en el Órgano de Justicia Laboral!
Servilio Portal: ¿En qué año empezamos a exportar nosotros?
Hero Oviedo: Ay, de eso sí no me acuerdo. Tendría que buscar en los papeles viejos míos. ¿En qué año fue que hicimos el azúcar a granel?
Juan Herrera: A nosotros nos dieron 27 viajes a la playa en ese tiempo. Fue antes del setenta.
Servilio Portal: Del setenta al setenta y cinco, ahí.
Armando Villanueva: ¡A las seis de la mañana, en los tiempos de reparación, mojándonos y con tremendo frío! ¡Pal Central, en aquel camión lleno de cenizas! Había gente que dormía sobre el bagazo porque no había transporte en la madrugada, los del turno de las tres. Un día, locamente, el ingenio estaba parado, y yo que tengo buena letra y me sé expresar un poco, me senté en la oficina y puse: “Ministro (dos puntos) y tao tao tao”. El trámite no lo recuerdo pero llegó. La respuesta del ministro: que la guagua venía en camino, una Girón 5. Y la guagua está ahí todavía. ¡Muchacha! ¡Esas mojazones por la madrugá! ¡Esos camiones llenos de ceniza! Y la gente no dejaba de trabajar, chica.
Hero Oviedo: ¿El sueldo? Sí. El sueldo alcanzaba, y había estimulación. Aquí cogimos ventiladores, refrigeradores, se entregaron dos carros. La “dieta azucarera” en los ochenta. Viajecitos a la playa, comidas por ahí, esas boberías, pero uno trabajaba con gusto.
Juan Herrera: ¡Y el centralito arrancaba sin petróleo! Con bagazo, palos, cualquier cosa que cogiera candela.
Hero Oviedo: Yo quisiera mandarle una carta al Comandante Ramiro Valdés, porque la máquina se quedó ahí abandoná, y puede ahorrar miles de toneladas de petróleo, mucho dinero al país. ¡La briquetadora! Una máquina que inventé. Eso sustituye to’ la leña que se usa en los centrales, utilizando la paja de caña que se quema. ¡Somos pioneros de eso! Paja de caña namá no, paja de maíz, paja de arroz, la paja de frijoles, todo servía. Se dice “bri-que-ta”. Tú le echas la paja a la máquina por una parte y después sale un tarugo, como si fuera un trozo de palo, por alante. ¡Ah, de eso yo tengo un montón de premios! Yo soy, ¿cómo le llaman ellos?, innovador de la briqueta en Cuba.
Servilio Portal: ¿La última zafra del Central? Año 1999.
Hero Oviedo: Lo que no se cumplió nunca fue lo que prometieron. En 1999 tuvimos una visita de Carlos Lage, el que después le falló a la Revolución. Yo estaba en el Núcleo y participé de la reunión. Él habló de un presupuesto de ochenta y seis mil pesos para hacer un restaurante en el Círculo Social. Trajeron cuatro sillas, cuatro mesas. A lo mejor ese dinero se lo cogió alguien para un fin particular.
Julio Molina: Hemos estado… no es la palabra, pero como un poco “abandonaos”… de los demás organismos. ¿Entiende cómo es? Yo no he visto esa preocupación de hacer algo pa’ que el pueblo tenga un bienestar.
Armando Villanueva: Se hablaba de poca rentabilidad. Fue lamentable que desmantelaran ese Central tan pequeño y eficiente. Pudo preservarse, creo yo. Se manejaron una serie de cuestiones políticas que uno no conoce. No puedo comentar sobre lo que no sé. Yo estaba de Secretario del Núcleo y vinieron los organismos competentes del nivel municipal y provincial. La reunión fue en el cine, con todos los factores, tanto de la Industria como de la Agricultura. Ay, chica, no recuerdo la fecha exacta. Se habló de construir una piscina en el enfriadero, del asfaltado de las calles. Iban a vender dulces, traerían grupos musicales. Recuerdo que se paró un muchacho y dijo: “Todas esas cosas que usted está diciendo se harán los primeros días, después no habrá nada”.
Hero Oviedo: Eso me costó a mí hasta un disgusto con el Partido. Imagínate que querían hacer la Biblioteca Pública debajo de la torre del Central: un peligro. Todo aquello lo desbarataron: la Biblioteca, la Sala de Historia. Se perdieron las fotos de los internacionalistas, de los cincuentenarios.
Julio Molina: No, no, el MINAZ. El libro de proyectos con todas las obras que se iban a construir en Carmita lo conformó el MINAZ. Aquel libro era como eso que hacen cuando se va a construir un edificio. ¡Un proyecto! Se iba a levantar un bar, una pista, una biblioteca nueva. ¡Era un fenómeno! El compañero que tenía el libro me dijo que había seis millones de pesos pa’ gastar en las obras. Quedó en papeles.
Juan Herrera: Después que dijeron lo del desarme del ingenio más nunca puse un pie allí. Aquello me dolía mucho.
Julio Molina: Lo vendieron todo por chatarra a Materias Primas.
Hero Oviedo: Me metí y les dije: “¡No le den más mandarria que ese tándem está entero!”. Todo lo picotearon. Un día no me dejaron entrar más. Que era orden de la dirección del Central, decían. “Oye, Hero, olvídate de eso que ya tú no tienes central”. Gente que ganó tres mil pesos en la quincena por desarmar. Mientras más hierro picaban más ganaban. Eran los propios obreros de la fábrica.
V. Notas al margen
1. Los jóvenes representan el 18,3 por ciento de la población en Carmita. El total es 2.279. Pudiera reunirse toda la población joven en una parada o la cola de la bodega. Cualquiera podría memorizar los nombres de toda la población joven del pueblo.
2. El sector no estatal de Carmita se traduce en dos cafeterías.
3. Se sale o se entra del batey, con “certeza”, de tres formas: en el ómnibus Camajuaní-Vega Alta, todos los días, a las 6:00 am; en el ómnibus Camajuaní-Carmita a las 5:00 pm (solo martes y jueves); o en el tren Vega Alta-Santa Clara a las 6:00 am. No existe transporte no estatal (legal, al menos, no).
4. Carmita no cuenta con alumbrado público, aunque sí con corriente eléctrica y teléfono, dice optimista un informe del departamento municipal de Planificación Física.
5. Con el desarme del Central se habilitó una granja agropecuaria para el consumo del batey. Desde 2011, la granja forma parte de una Unidad Empresarial de Base, es decir, no los abastece de alimentos.
6. Nicomedes Hernández se jubiló con una chequera de 178 pesos, que luego se elevó a 270. Sacó una licencia de limpiabotas. Cobra tres pesos por los zapatos de vestir, y cinco por los de trabajo. El mes pasado pagó 100 pesos de corriente eléctrica. Tiene 70 años y pocos clientes.
7. Hero no sospecha que, sin quererlo, es héroe.
8. El desarme fue íntimo. La gran obra se construyó en un plano inconsciente.
9. La historia del Carmita parece la metáfora de un ciclo productivo de la caña: corte, molienda, desarme, tiempo muerto. Y ahí, en el último estado –ese que antecede a la prosperidad–, algo se detuvo. Eterno.