Asdrúbal, con sus 70 años a cuestas, ha dedicado más de 30 a abrir un hueco en la tierra y no parar de cavar hasta que salga agua. Primero fue con su padre y sus hermanos y luego con sus hijos. Él no cree que un pedazo de palo te pueda guiar hasta un manantial o que la Luna tenga algo que ver. “Por debajo de la tierra hay ríos y si uno averigua, descubre el curso. Simplemente tiene que guiarse por la posición de otros pozos cercanos para conocer el lugar exacto en el que cavar”, dice.
En temporadas de sequía en Las Tunas, Asdrúbal echa sus herramientas en un saco y sale a caminar. Un pozo puede llevarle de tres a nueve días de trabajo y luego cobra unos tres mil pesos. Se ha especializado en los que llaman artesianos, que consisten en un orificio de no más de veinte centímetros por el que apenas cabe la tubería de una turbina.
“La gente paga tanto dinero porque es una necesidad, pero también una inversión. Un pozo puede servirte para el riego, para los animales, y hay quien vende agua”, asegura.
Alberto, que no se llama Alberto realmente, es uno de esos que ya vive del agua. Desde la gran sequía de 2003 convirtió su tractor en una pipa y lo mismo es contratado por el Estado para llevarla a las comunidades que se va a un manantial monte adentro para luego venderla. Sus clientes son lo mismo campesinos a punto de perder sus cosechas que personas de un alto poder adquisitivo.
En Marañón, zona rural de la provincia de Las Tunas, hacía más de 18 días que no entraba la pipa cuando llegó Alberto y la gente había tenido que empezar a consumir de un pozo cercano. El sabor salobre se hacía más fuerte luego de hervir y tratar con hipoclorito de sodio el agua.
Mastrapa, La Posta, Berrocal, Villanueva y otras 400 comunidades reciben el agua potable mediante carros cisternas como consecuencia del impacto de la sequía. En total, son más de 195 mil las personas que tienen como única fuente de abasto esta vía, una solución ante el agotamiento de las presas y cuencas subterráneas.
La mayoría de estos asentamientos están ubicados en zonas rurales, donde no existe una infraestructura hidráulica y las fuentes tradicionales se han visto perjudicadas por la contaminación o la intrusión salina, un proceso que consiste en la penetración de las sales del mar tierra adentro. En el caso de Las Tunas, se ha detectado hasta a 35 kilómetros de la costa.
“Yo me doy cuenta de la importancia de lo que hago cuando hay retrasos en el ciclo de distribución y entro a un barrio de esos de monte adentro a los 15 o 21 días. La gente se pone brava pero después no saben qué brindarte para que te sientas bien”, dice Alberto.