…desviarse es literalmente lo más normal aquí y es lo que hace el agua.
Joseph Brodsky
El señor Ernesto B. vive en una lujosa casa de dos plantas, en un barrio importante de Cárdenas, provincia Matanzas. En Cárdenas, una ciudad con mar, pero de espaldas a él, y construida sobre una ciénaga, pero sin alcantarillado, hay dos acueductos. Uno, digamos, en la zona urbana, y el otro al sur de la ciudad, en las afueras. El barrio de Ernesto B. se abastece con el agua del acueducto de las afueras, y a las casas que se abastecen con el agua de ese acueducto el Estado ha comenzado a instalarles, progresivamente, contadores en la tubería de entrada. Tal como ya sucedió en Varadero, se piensa que de un momento a otro la ciudad, o al menos buena parte de ella, funcione bajo el mismo sistema: con las residencias pagando por el servicio de agua lo que realmente gastan, y no una tarifa fija. A saber: dos, tres pesos cubanos. Calderilla, realmente.
En su casa, Ernesto B. tiene una turbina, como todos en Cárdenas, y tiene además sus respectivos tanques de agua y una cisterna en el patio. Es una casa con todas las comodidades. Con gimnasio, con azotea, con múltiples baños, con garaje y mascotas. A sus cincuenta, Ernesto B. no tiene ningún trabajo estatal, ni ningún trabajo no estatal declarado, aunque, obviamente, trabaja. Desde hace casi treinta años, su esposa es capitán de salón en un restaurante de un hotel en Varadero y Ernesto B. se ha dedicado a traficar, desde entonces, todo lo que su esposa logra sacar del hotel. Que no ha sido, de los noventa hasta acá, poco: botellas de vino y ron, quesos, jamones, mariscos, etc.
Esto explica por qué la casa de Ernesto B. es una casa en la que, más que vivir al día, se dedican ya a prevenir, o sea, Ernesto B. acostumbra adelantarse a lo que podría suceder y prepara su casa y se prepara a sí mismo para ello. Nunca le falta el agua de la calle, por ejemplo, pero él tiene tanques e incluso cisterna, por si un día faltara.
Cuando los trabajadores del acueducto le tocaron a la puerta para instalarle el contador, Ernesto B. le pagó diez dólares a uno, y ese trabajador hizo lo que Ernesto B. le dijo que hiciera: poner el contador en una tubería por la que el agua no pasa, y dejar libre otra tubería para que el agua pase.
Al preguntarle a Ernesto B. cómo entonces él justifica mensualmente que por la tubería con el contador no pase siquiera uno de los dos átomos de hidrógeno, o sea, que no pase nada, como si en su casa no viviera nadie, Ernesto B. dice que no, que hasta ahora el agua pasa por la tubería con el contador, porque realmente el agua no cuesta nada, se paga muy poco por ella, “y no vale la pena quemarse por quince o veinte pesos cubanos”. En realidad, la tubería clandestina está instalada para el día en que las cosas empeoren, “porque nadie sabe lo que puede suceder con este país, y nadie sabe lo que pueda llegar a costar el agua”. Si llegase ese momento –que Ernesto B. no especifica cuál es, pero que habla a las claras sobre el nivel de incertidumbre del cubano respecto al futuro, incluso hasta en lo que parecen ser las minucias más comunes y ridículas–, con cerrar una llave y abrir otra Ernesto B. ya tendría, declarándole luego al Estado, tal como se estila, lo que le venga en gana.
Porque el Estado cubano, si quiere ayudar, entorpece. Y si quiere controlar, hace el ridículo. El Estado como un sastre que ha extraviado las medidas de la gente: sea cual sea el traje que diseñe, ese traje no va a servir. La realidad es agua que siempre se le escabulle al Estado entre las manos. Y Ernesto B. tiene una explicación para ello.
—Este –dice– es un país que debería llamarse “A medias”. A Cuba deberían cambiarle el nombre y en vez de llamarse Cuba debería llamarse “A medias”. Aquí todo se hace a medias. El Estado te paga cien pesos, pero el Estado sabe que tú necesitas doscientos para vivir. Ahora, el Estado te dice: “Yo te voy a pagar cien pesos, no puedo pagarte más, pero voy a dejar que tú te robes los otros cien. Me voy a hacer el comemierda, voy a dejar que tú robes”, y así ya te tiene cogido por el cuello. Porque entonces tú sabes que lo que el Estado te paga no sirve, sin embargo tú sabes que el Estado deja que te robes los otros cien, entonces tú dices: “No estoy tan mal, estoy viviendo, el Estado no me paga lo que tiene que pagarme pero me deja robar”. Por eso el Estado pone el contador del agua, y por eso yo instalo otra tubería. Y yo sé que él sabe y él sabe que yo sé.
Pero Ernesto B. equivoca la medida, porque no se trata de un país a medias, sino, en realidad, de un país doble. Con una tubería con contador –una tubería vacía y seca–, que el Estado controla. Y otra tubería clandestina y real, por la que el agua discurre, en la que suceden las cosas.
*En este trabajo se empleó Ernesto B como pseudónimo para proteger la identidad de la fuente.
Cual sera el resentimiento de este periodista con Ernesto B y su senora, que los hecha para alante con la seguridad del estado,publicamente, ha Ernesto porque roba el agua, y a la senora porque roba de todo en el centro turistico donde trabaja para que Ernesto lo venda en bolsa negra