Ese hombre apenas se nota. Ha llegado en un carretón tirado por un caballo. La barba blanca empata con el bigote y se hunde en el pelo escondido debajo de una gorra que reza New York. Los ojos, escépticos; la memoria, mala. No trabaja en Comunales. No es buzo, que es como se les llama a los recogedores de basura en el argot popular. Nadie sabe exactamente por qué ha venido hasta el vertedero de Campo Florido.
Los otros hombres, los que trabajan aquí y los que vienen a descargar basura, los que sí tienen buena memoria, los que no lucen barbas blancas ni miradas escépticas y quieren hablar, cuentan que trabajó hace muchos años de carretonero. En Campo Florido se utilizan todavía carretas de caballo para trasladar la basura. Tres o cuatro veces al día venía el hombre desde el pueblo hasta el vertedero allá por los años 90.
Le pregunto, casi de paso, lo mismo que al resto. Indago sobre las consecuencias del basurero para la comunidad.
—¿Tú lo vas a cerrar? –dice.
—¿Usted quiere que lo cierre?
Me mira, calcula las palabras, las mastica, las escupe.
—Por mí, lo deberían cerrar mañana mismo.
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Campo Florido tiene crisis de autoestima. Y tiene complejo crónico de inferioridad. Es el primo poco aventajado del Consejo Popular Guanabo. Es recortería del municipio Habana del Este. Habana del Este tiene un teatro, tres casas de cultura, dos museos, dos galerías de arte, tres bibliotecas públicas, cuatro librerías y un anfiteatro distribuidos entre sus ocho consejos populares. Ninguna de estas instalaciones culturales está en Campo Florido.
Habana del Este tiene también un solo cementerio. Ubicado justo después de la línea por donde suele pasar el tren de Hersey. Pequeño, blanco, discreto. A la mismísima entrada de Campo Florido consejo popular, no de Campo Florido pueblo. Fatalismo geográfico para los vivos, privilegio para sus muertos. Pero allí solo entierran a los muertos cercanos; los de Alamar, los de Cojímar, los del reparto Camilo Cienfuegos, centros urbanos del municipio, terminan en otro sitio.
El 27 de enero de 1898, cuando Guanabo era apenas mangle, arena y playa, cuando Alamar no atormentaba la arquitectura nacional con sus edificios, cuando Pastora Núñez (Pastorita) no había nacido y el reparto Camilo Cienfuegos era futurología, moría el coronel del Ejército Libertador Néstor Aranguren. El 8 de junio de 1897, junto al general de brigada Rafael de Cárdenas, había volado un puente en San Miguel, Matanzas. En diciembre de ese mismo año, Joaquín Ruíz, teniente coronel del Ejército español, lo visitó en su campamento y le propuso presentarse ante las autoridades. Aranguren ordenó celebrarle un Consejo de Guerra y lo mandó a fusilar. Pocos días después, era asesinado el cubano en la finca La Pita, de Campo Florido, víctima de una delación.
Cuando Campo Florido se incorporó a Habana del Este concedió a Aranguren como héroe municipal. Su foto aparece siempre en la portada del orden del día entregado a los delegados durante las sesiones de la Asamblea Municipal del Poder Popular. Pero de poco sirvió el héroe cuando quisieron apuntalar a San José de las Lajas como la flamante capital provincial de Mayabeque.
En enero de 2011 quedaron constituidas las nuevas provincias Artemisa y Mayabeque a partir de la desintegración de la antigua provincia Habana. La primera, con once municipios, tres de ellos pertenecientes a Pinar del Río (Bahía Honda, Candelaria y San Cristóbal); la segunda, con 19. En las propuestas iniciales, Campo Florido debía anexarse a San José, municipio que no le es ajeno. Ya había sido parte de San José en un tiempo del que nadie habla en voz alta. También perteneció a Guanabacoa. No hay cariño especial por Guanabacoa, por Habana del Este o por San José. Pero los dos primeros están en la capital.
A finales de 2010, más 10.000 habitantes de Campo Florido votaron por el ‘no’ cuando se les consultó si deseaban pasar a Mayabeque. La noticia llegó hasta el mismísimo presidente Raúl Castro, quien lo mencionó de pasada cuando se aprobó, por unanimidad, la nueva división político administrativa en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Ningún consejo popular merece más ser parte de La Habana que Campo Florido porque, básicamente, ninguno se lo arrebató de los mapas al poder. A Plaza de la Revolución, a Centro Habana, a La Habana Vieja, a Playa les cayó del cielo.
La batalla por la capital contentó a su gente, por un tiempo, hasta que el pan llegó con cucarachas impregnadas en la masa que algunos ingenuos confundieron con pasas, hasta que el río siguió arrastrando las inmundicias de medio pueblo, hasta que las pocas calles en buen estado fueron rajadas para instalar nuevas tuberías de agua y así quedaron, a falta de materiales para terminar la obra, hasta que el basurero volvió a combustionar por cuenta propia o ajena. Ahora hay quienes piensan que las desgracias que les han caído encima son consecuencia de aquel pequeño acto de rebeldía geográfico.
Campo Florido pueblo se recorre hoy en poco tiempo. En la calle principal están los puestos de venta de viandas, el banco, algunas casas coloniales, la tienda recaudadora de divisas donde se apilan lavadoras, zapatos, picadillo y pollo, un punto de ETECSA sin computadoras para los clientes, únicamente dedicado a recargas y compra de tarjetas, esas minucias de cuando la empresa no brindaba servicios de acceso a Internet, más casas construidas después de 1959.
A la izquierda, donde empieza o termina Campo Florido pueblo, según desde donde se venga –Guanabacoa o Habana del Este–, está el basurero.
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El Periodo Especial fue más que una década. Fue, también, un estado de ánimo. Un método de supervivencia económica y espiritual. El pretexto para pensar con luz corta ante la terrible agonía de imaginar un país a contracorriente y, encima, tener que imaginarlo a largo plazo. Un bien merecido descanso ideológico tras treinta años de Revolución.
En esta época surgieron los llamados vertederos de Periodo Especial, creados cerca de las fuentes de generación de residuos para reducir los costos de recogida y transportación aunque contravinieran medidas ambientales. Diez terrenos se habilitaron en la capital para este fin: El Vidrio (La Lisa), Prensa Latina, Rincón, Boyeros y Las Canas (Boyeros), Managua, Fraternidad y Eléctrico (Arroyo Naranjo), Cantera los Perros (Cotorro) y Campo Florido (Habana del Este). Tres de ellos fueron cerrados en 2005 como resultado de la creciente preocupación por la dispersión de los residuos, el aumento de los olores desagradables, la proliferación de vectores y los incendios espontáneos.
El resto, excepto Campo Florido, debía cerrarse antes de 2015.
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Hay quienes piensan que el vertedero siempre estuvo ahí. Ada Rosa Camejo, por ejemplo, se mudó al pueblo en 1979 y cree que desde ese año se echaba la basura casi en el mismo sitio que ocupa hoy. “Claro, era solo la basura de aquí, y no se sentía tanto el mal olor ese”. Felito dice que no. Félix Marrero (Felito), exdirector de Servicios Comunales en Campo Florido, recuerda que “cuando el Periodo Especial, a partir del año 90, no había otra opción que poner carritos de caballo y ese basurero se creó para los carritos de caballo de la zona”.
En total, el Consejo Popular contaba con cinco carretones de caballo, con capacidad para dos metros y medio de residuos sólidos, y daban dos viajes cada uno, a lo cual se sumaba una carreta de catorce metros cúbicos. “Se generaban ciento y pico de metros cúbicos en total por día”, dice. Entonces, el vertedero ocupaba 1.8 hectáreas al norte del pueblo y se ubicaba a menos de 200 metros de las primeras viviendas.
Hoy recibe más de 1.000 m3 de basura diariamente y tiene 17 puntos de escape de gases.
Después de 43 años de trabajo y 60 de edad, Felito dejó de pertenecer a Servicios Comunales. Cuando bordea el vertedero de camino a su finca lo ve “casi siempre encendido. Esos son los gases que se producen por la descomposición de la basura”, dice.
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El 29 de abril de 2014 una neblina cubre Campo Florido. Otra vez. El humo penetra por las persianas lentamente, Ángela no puede respirar ni irse a otro sitio, es impedida física. Aguanta sin dar un paso. Pero a Ángela no le preocupa Ángela, sino Daniela, la niña de cinco años, su bisnieta, que dice las palabras ‘bronquitis alérgica’ como si fuera el binomio ‘jugar a las casitas’ porque su vida ha estado más cercana a las inyecciones que a los juguetes.
Al día siguiente, alrededor de las cinco y media de la mañana, una lluvia ligera reaviva los restos inflamados y la neblina de gases vuelve a cubrir Campo Florido. “El 2 de mayo, a las cinco de la mañana”, escribe Ernesto Fernández, vecino de Ángela, en una suerte de diario del basurero, “combustiona por tercera vez en menos de un mes. Ese mismo día, a las nueve de la mañana, aún permanecen encendidos tres focos”.
A Daniela la atienden en el pediátrico de Centro Habana, pero cuando se despierta en la madrugada del 2 de mayo, su madre usa el aerosol que tienen en casa para tratar de calmarle la tos. En septiembre de 2015 Daniela irá a la escuela por primera vez. Al uniforme blanco y rojo se sumará una toalla para tapar la nariz de la niña los días en que el basurero está encendido.
Los bomberos llegan hasta el vertedero a veces, pero nada pueden hacer. Primero, porque los bomberos piensan que los llaman para controlar un incendio en el sector residencial; segundo, porque intentar apagar el vertedero solo aumentaría el escape de gases y cenizas sobre el pueblo.
“Cuando el basurero está encendido, a las siete, pasan los niños al círculo bajo el humo, bajo la peste que está saliendo de allí”, dice Dalia Saborí, directora del círculo infantil Los Tainitos, que recibe ciento veinte y ocho niños entre uno y seis años de edad. Muchos son asmáticos, alérgicos o padecen infecciones respiratorias agudas.
En 2004, el policlínico de Campo Florido cerró con 5.684 casos de infecciones respiratorias agudas. Para 2007, la cifra se había incrementado hasta 6.872 y en 2014 alcanzó los 9.536 casos. La población de este Consejo Popular apenas rebasa los 10.000 habitantes y aunque cada caso no se puede contabilizar como un paciente único, la cifra resulta preocupante y la tendencia es a continuar aumentando.
Tabla 1. Comportamiento de las infecciones respiratorias agudas en Campo Florido (Fuente: Elaboración propia a partir de las estadísticas del policlínico)
“Tengo que recibir a los niños”, dice Dalia. “¿Cuántas familias deben dejar de trabajar porque no tienen dónde dejarlos si yo no los recibo?”. Los padres dejan a sus hijos creyendo que cuando el día caliente, el humo empezará a subir. Y el humo empieza a subir, pero la peste permanece. Los padres lo saben, por eso “se van protestando, unos van para el policlínico, otros para el Poder Popular y otros para el trabajo porque no hay solución”.
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En agosto de 2003, representantes del Ministerio para la Inversión Extranjera y la Cooperación Económica, del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) y de la Dirección Provincial de Servicios Comunales firmaron un proyecto de colaboración internacional con la Agencia de Cooperación Internacional Japonesa (JICA, por sus siglas en inglés) para la propuesta de un plan de manejo integrado de los residuos sólidos municipales en La Habana.
En el memorándum 5, firmado el 12 de julio de 2005 por Roberto Castellanos, delegado del CITMA, y Masatoshi Akagawa, líder del equipo de JICA, se acordó que a finales de 2006 debían cerrarse todos los vertederos de Periodo Especial, excepto Campo Florido. Campo Florido no solo permanecería abierto, sino que se ampliaría hasta convertirlo en vertedero de operaciones normales con carácter provincial. Tras el cierre del vertedero existente en Guanabacoa debido a problemas ambientales graves y a las quejas de los vecinos, los residuos que solían transportarse hasta allí se desplazaron a Campo Florido y Ocho Vías.
De acuerdo con los lineamientos de JICA, la ampliación del vertedero de Campo Florido requería de un estudio ambiental inicial (EAI) y una evaluación de impacto ambiental (EvIA). Por la contraparte cubana, se necesitaba un estudio de impacto ambiental (EsIA) y una estimación del impacto ambiental (EtIA).
El EAI arrojó un impacto relativamente severo en la situación de la salud pública. “Se esperan […] vectores, olores desagradables, contaminación atmosférica, ruidos y vibraciones a causa de la construcción y operación del vertedero”. Además, “se prevé ocurran accidentes de tránsito” debido al incremento de la circulación de vehículos.
En algunos indicadores, como la distancia a las comunidades o las actividades económicas en la zona, los resultados del estudio distaban bastante de la realidad. “No se desarrolla actividad económica en el área del proyecto ni en sus alrededores”, dice el informe, pero el sitio limita con fincas de pequeños agricultores dedicadas a cultivos varios y al pasto de animales. Tampoco se esperaban “dificultades en cuanto al factor distancia a las comunidades por la ampliación del vertedero”, como si 200, 300 o 500 metros al sur pusieran a buen resguardo a la población de la zona.
Los resultados más optimistas eran aquellos relacionados con el impacto en los acuíferos y los suelos. “No se esperan alteraciones en la calidad de las aguas y el nivel de los acuíferos toda vez que el revestimiento impermeable del vertedero evitará la filtración de los lixiviados al subsuelo”, los cuales debían ser descargados “después de su tratamiento”. El revestimiento impermeable del vertedero, huelga decir, nunca se realizó. Tampoco el tratamiento de los lixiviados, líquidos con alto poder contaminante que provocan severos impactos ambientales sobre las fuentes de abasto de aguas superficiales y subterráneas.
A pesar de esto, la Dirección Provincial de Servicios Comunales y el CITMA concluyeron los procedimientos reglamentarios para el cambio de condición del vertedero de Campo Florido y sugirieron incrementar el área hasta un máximo de 4.5 hectáreas.
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El 31 de octubre de 2014, después de haber escrito a la fiscalía de la República, al departamento de atención a la población del Consejo de Estado, a la sección “Cartas a la redacción” del diario Granma, a la dirección municipal de Servicios Comunales, a la Asamblea Provincial del Poder Popular de La Habana, a la delegación provincial del CITMA, a la sede municipal del Partido Comunista de Cuba y al Poder Popular Municipal, Ernesto Hernández recibió respuesta de la dirección municipal de Servicios Comunales.
“Debido a las quejas se visitó por parte de las entidades implicadas el vertedero de Campo Florido y se indicaron varias acciones para evitar la autocombustión y la fetidez que desprende unido a los gases que emanan”, dice la carta. Entre las acciones realizadas se “arregló el acceso a la entrada, se hizo una zanja en el medio para que corra el agua que destila, se puso un contenedor para la protección del personal que allí labora, facilitándole iluminación y teléfono y se contrató a un administrador residente en Campo Florido, quien podría acudir más rápido al lugar si sucediera cualquier problema”.
Además, “existe un buldócer permanente en el lugar para cuando haya alguna incidencia se ejecuten con prontitud las acciones correspondientes”. Como generoso atenuante, se proponía recubrir diariamente los residuos con tierra.
Según Felito, “cuando se está buldoceando, se agrava más la peste porque revuelve los desechos. Ahí se buldocea y no se tapa porque parece que no hay equipos para llevar relleno y tapar”.
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A El Mexicano hay que entrevistarlo, me dice Felito. Porque El Mexicano le sabe al basurero. “El Mexicano es viejo en esto”, enfatiza, y a sus ochenta y tantos años también es viejo en todo lo demás. El Mexicano vive al cruzar la calle Máximo Gómez, a tres o cuatro casas de Felito, pero es mediodía y está durmiendo. Felito insiste en que lo despierten porque El Mexicano –nunca sabré por qué le dicen El Mexicano– tiene mucho que decir.
El hombre que se asoma a la puerta tiene una barba blanca que empata con el bigote y ya no se hunde en el pelo escondido debajo de una gorra que reza New York. Los ojos, escépticos; la memoria, mala. El Mexicano repetirá lo mismo que dijo hace quince días, cuando apenas se notaba su presencia en el vertedero.
—Por mí, lo deberían cerrar mañana mismo.
Y ya no dirá más nada. Sé que El Mexicano no olvida 1990. Uno puede adivinárselo en la mirada.
En Campo Florido pueblo, no Campo Florido Consejo Popular, a escasos kilómetros del único cementerio del municipio Habana del Este yace, vivo, el último vertedero de Periodo Especial de La Habana.
Su lápida, que todos reconocen justamente ganada, reza: 1990-¿?