En la noche del 24 de octubre de 2012, se fue la corriente eléctrica en Jutinicú. No vendría hasta un mes después. Los candiles de latón llenos de luzbrillante (querosene) parpadeaban por las ráfagas de aire que atravesaban como fantasmas el desolado camino principal. Algunos vecinos que decidieron evacuarse en una pequeña sala de computación, de unos cinco metros de largo por tres de ancho, se turnaban para darle manigueta al radiecito de pilas y escuchar las noticias.
El ruido estrepitoso del movimiento de la palanca cada vez que se descargaba no dejaba oír mucho. Perdieron la transmisión desde el telecentro –retransmitida en la radio local– donde Lázaro Expósito, primer secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia, les dijo a los santiagueros: “Sandy le dará a Santiago un planazo bien dado”.
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En el poblado todos suponían que el ciclón sería como los otros que habían pasado por Santiago de Cuba hacía años: mucha lluvia y un poco de viento. Nada más. Por esta razón, Benirde Mustelier no se evacuó. Su madre de 97 años, su esposo, sus dos nietos pequeños y ella pasaron la noche dentro de un armario y debajo de la cama cuando el techo del dormitorio se les desplomó encima.
—¿Por qué no se evacuaron?
Benirde encoge los hombros.
—No sé, creímos que no pasaría nada de esto.
—Eso fue lo último. Jamás vi algo como eso en la vida. Yo viví el huracán Flora y no hizo tanto daño como este. Pero gracias a la naturaleza estamos vivos –dice Luis Gerardo Fresneda, jubilado de 65 años.
Sonia Guerra ha pasado sus 68 años en Jutinicú. Tanto conocer su lugar natal, tanto ir y venir por esos caminos, tantas lluvias y vientos no la prepararían para esa noche.
—Yo me acosté a dormir a las once. Esa madrugada, cerca de la una de la mañana el viento de Sandy nos levantó el techo. El ruido era terrible, ensordecedor. Las casas vibraban como si estuviese temblando. Como a las tres de la mañana, cuando el viento empezó a aminorar, crucé a la casa de mi hermana, que estaba con su hija recién parida, para acabar de pasar la tormenta. Cuando amaneció, el pueblo entró en pánico por la destrucción. Estábamos aterrorizados.
Sandy entró a Santiago en la madrugada del 25 de octubre de 2012. Casi toda la provincia sucumbió al sueño, abandonando la vigilia. Era un ciclón de categoría dos en la escala Saffir Simpson. Arrastraba consigo el efecto combinado de lluvias y vientos sostenidos de 175 km/h, rachas de hasta 200 km/h, olas de seis a ocho metros, y penetraciones del mar de diez a quince metros en tierra. Le bastaron solo cinco horas para atravesar de Sur a Norte todo el Oriente del país. A Jutinicú le ha tomado casi tres años recuperarse.
José Rubiera, jefe del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología, nos explica que el ciclón llegó a una zona del país que jamás había tenido un huracán de tanta intensidad. Sandy tocó tierra santiaguera a 34 kilómetros del punto donde se había informado previamente. “Eso está muy por debajo de los errores medio de un pronóstico de huracán. Como pronóstico, fue perfecto”. El lado derecho de la tormenta, donde se concentraban los vientos más fuertes, impactó con mayor violencia la ciudad.
Los habitantes de Jutinicú no coinciden sobre la hora en que comenzó a llover insistentemente y arreciaron los vientos. Tampoco recuerdan con exactitud cuándo cesó la tempestad. Apenas dicen que “fue la noche más larga del mundo”, que “no amanecía”.
Nery Luz Castillo vive en una casa hecha de pino a menos de 50 metros de la estación de Ferrocarril, uno de los centros de evacuación del Consejo Popular, por su estructura de mampostería. El techo y las puertas fueron asegurados por el Consejo de Defensa. Nery tampoco se evacuó. Junto a su hijo de 14 años fue a refugiarse en la casa de madera de una vecina la noche del ciclón.
—Pero esa casa también se cayó –se lamenta Nery.
—¿Y qué hicieron?
—¿Qué hicimos? –Sonríe, como si después de tres años ya hubiese pasado el susto y se pudiera hablar de ello–. Ahí, figúrate, corre pa’quí y corre pa’llá. Nos metimos debajo de la cocina, que era el punto más débil, pero era lo que mejor estaba en la casa. Lo pasamos empanjaos de agua. Al otro día llegué a mi casa y pregunté: ¿Dónde están mis hijitos? –Se refiere a cuatro crías de puerco que dejó amarrados en el corral–. Yo pensé que se los había llevado el viento o que los ladrones se los habían robado, porque esos sí que no le tienen miedo ni a la lluvia, ni a las tejas volando; pero no, estaban ahí. Los pobrecitos, se deben haber llevado buen susto.
Sandy levantó completamente el techo de la casa de Nery.
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Jutinicú es ahora un pueblo de casas pintadas en tonos pastel como en las antiguas películas de la Technicolor. Abundan allí los techos brillantes, cubiertas de zinc y hojalata que resplandecen bajo el sol inclemente de Santiago de Cuba. Son una muestra de que el huracán Sandy pasó por este lugar. Y no solo pasó, se detuvo con saña para arrancar y destruir todo lo que la naturaleza y brazos humanos hubiesen erigido allí.
Lutguery Maceira desde hace buen tiempo se dedica a la agricultura. Recuerda que el amanecer después de Sandy todos los campos y las cosechas estaban destruidos. Todo lo que había adelantado en la siembra se lo llevó el ciclón. Los frijoles yacían enterrados bajo el fango.
—El maíz quedó acostadito en el piso. Los yucales se desaparecieron totalmente. En el pueblo no quedó una mata con hoja. Picó los árboles más grandes por la mitad o los arrancó de raíz.
De las 565 viviendas que había en el Consejo Popular de Jutinicú, 455 sufrieron afectaciones. Era y es un pueblo pequeño, con casas de más de 40 años de antigüedad. Según datos del más reciente CENSO de Población y Vivienda, realizado en 2012, el fondo habitacional de esta localidad fue declarado en su mayoría regular o en mal estado.
Los 1.496 habitantes de Jutinicú quedaron incomunicados después de la noche del huracán Sandy. No había manera de llegar, el camino de tierra estaba en malas condiciones. Las líneas del tren estaban también interrumpidas y la única vía de entrada o salida era a caballo.
—De la situación de Jutinicú supimos por un enlace que teníamos allí y que vino a caballo. Con otros poblados tuvimos que comunicarnos por palomas. En el municipio tenemos tres colombófilos con 165 palomas y las usamos para tener noticias de cada uno de los lugares a los que no se podía llegar –comenta Eriulis Rizo.
Rizo dirige hace un año el Centro de Gestión para la Reducción de Riesgos del Municipio Songo-La Maya y era la Secretaria de la Comisión de Evacuación del gobierno tras el paso de Sandy. Pasó esa noche en la sede de la Asamblea Municipal del Poder Popular y recuerda que al amanecer del 25 de octubre las piernas le temblaban al ver tanta destrucción.
—Fue difícil, muy difícil para el Consejo de Defensa decidir por dónde se iba a comenzar a trabajar. Todo estaba destruido y no había paso para ningún lugar –explica Eriulis.
Las motosierras iban cortando los troncos de árboles adultos que el huracán había arrancado de raíz y tirado hacia el centro del camino. Se avanzaba muy poco, unos 30 minutos cortando la madera y luego unos metros con los carros que traían el abastecimiento imprescindible para las primeras horas, las más difíciles. Así se logró acceder a Jutinicú sobre las diez de la mañana del 25 de octubre.
—Para poder llevar la comida a los damnificados se organizaron 16 brigadas, una por cada Consejo Popular –recuerda Alexis Mora, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular–. Jutinicú fue el primero que se atendió porque en proporción a la cantidad de viviendas que tenía, era el más afectado del municipio y la provincia, pues el 90 por ciento de sus casas sufrieron daños.
Actualmente, Eriulis Rizo trabaja sola en una pequeña oficina del gobierno. Deberían acompañarla un especialista en temas de riesgo y vulnerabilidades y también un informático. Sin embargo, hace más de dos años que esas plazas están vacantes.
—El Centro fue creado en 2008 para realizar estudios de riesgo y prevención en las comunidades más vulnerables, los cuales son dirigidos desde la provincia. Jutinicú es un poblado que suele quedarse incomunicado por el estado del camino. Tanto el poblado como el municipio tienen como principal vulnerabilidad la alta exposición a los vientos.
El día después del ciclón, una funcionaria de la UNICEF, en representación de la organización, distribuyó asistencia humanitaria. “Por primera vez en Cuba, Naciones Unidas decidió llevar este tipo de primera ayuda para emergencias que incluyen cubiertas provisionales (1.140), sets de cocina (895) y de higiene (1.044)”.
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—Aunque la gente habla del ciclón como una cosa horrible, tengo que agradecer que por el ciclón nos dieron ese techo –Ángel Lusón apunta a las 48 tejas de fibrocemento que cubren la entrada de su casa, que también fue sacudida por el huracán–, aunque se raje de nada. Además, me dieron un crédito para cambiar esa cubierta.
Ángel, como muchos en Jutinicú, utilizó las tablas que quedaron tras el ciclón para remendar las paredes. Según varias personas de la zona, durante dos meses se hizo una excepción que les permitía usar la madera de los árboles que cayeron en los alrededores para la rehabilitación de las viviendas.
—La madera que faltaba no la pagué –aclara Ángel–, porque la busqué en el monte. Nos dieron la posibilidad de que la cogiéramos. Como todo quedó tan deteriorado…
Leonel Salazar, el presidente del Consejo Popular, contabilizó 24 derrumbes totales en viviendas tras el ciclón. Nos asegura que a cada una de estas familias se les dio un módulo de tipología cuatro que constaba de 40 tejas de fibro, una puerta y una ventana, pero no incluían elementos de paredes; las personas tenían que resolverlos por sus propios medios.
—Lo cierto es que este poblado se priorizó bastante. Ya lo que nos falta son algunas tejas de zinc y 486 de fibrocemento para culminar. Hasta la fecha se han resuelto 100 casos y nos quedan pendientes 87, de familias que perdieron el techo, las puertas o las ventanas. Se han otorgado 109 subsidios y más de 60 créditos para la construcción.
De igual modo, en Jutinicú se entregaron donativos provenientes de varias fuentes:
—La UNICEF repartió tejas de hojalata que cubrieron 50 viviendas en la arteria principal. El gobierno cubano nos envió un poco de ropa y avituallamiento. También vinieron brigadas de varios lugares a poner la luz y a reparar las casas –comenta Leonel.
A Nery Luz, cuando se le voló el techo, le dieron una de esas cubiertas. Lo supimos porque sobre las 40 tejas de fibrocemento entregadas por el puesto de mando del gobierno municipal, colocó una de las lonas azules que envió la UNICEF como una facilidad temporal. La tiene puesta porque las tejas se filtran, el cemento no fijó en el caballete y se moja dentro de la casa.
Unos días después de Sandy, el presidente cubano Raúl Castro visitó el municipio Songo-La Maya. Las personas habían comenzado a juntarse en las afueras de la sede del gobierno local al enterarse de que él estaba allí. “La gente estaba un poco revuelta allá afuera”, dice Alexis Mora. “Cuando él preguntó, le explicamos que era porque los materiales estaban un poco caros. Y desde este teléfono –toma en sus manos uno de los tres aparatos dispuestos a un lado del buró– hizo una llamada al Ministro de Economía y Planificación. Luego nos informó que los materiales de la construcción se iban a vender al 50 por ciento de su precio original para los damnificados. Fue aquí, en este municipio, donde se decidió esa política”.
Al preguntarle a Nery Luz si cree que el pueblo se ha recuperado, nos responde en pocas palabras: “Imagínate, aquí nadie tenía techo bueno. Todos eran muy viejos”.
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De los más de 35 damnificados que entrevistamos, solo tres se habían evacuado en los centros destinados para tal fin. En aquel momento no había percepción de riesgo, del peligro que corrían sus vidas, ni de la facilidad con la que podrían perder sus casas. Ahora ninguno de esos pobladores dudaría dos veces en tomar sus cosas y ponerse a resguardo con sus parientes.
Sin embargo, aún hoy, esa visión del peligro queda disminuida por el afortunado hecho de que no se perdió ninguna vida humana.
—Si pasa otro huracán, las afectaciones van a ser mínimas, porque ahora estamos mejor preparados –dice Leonel, el presidente del Consejo Popular, con profundo optimismo–. Cuando aquello, nosotros contábamos solo con cuatro casas de placa. Ahora tenemos casi 50 y se van a sumar otras con condiciones para resistir un huracán.
Los materiales que prevalecen hoy en los tejados del pueblo son el zinc y el fibrocemento, que es muy rígido y se quiebra cuando hay fuertes vientos. Según explica Michel Almeida, vicepresidente de construcción de la Asamblea Municipal del Poder Popular, las tejas de zinc son mejores, porque son más flexibles, pero cada una cuesta 505 pesos. Con esas no hay problemas de abastecimiento en Songo-La Maya, hay varios centenares disponibles en los rastros. Las de fibro cuestan 105 pesos. Estas, a mitad de precio, de acuerdo con la concesión que se tiene con los damnificados, continúan siendo más económicas.
Al hablar con el presidente del gobierno municipal, nos comenta sobre un proyecto de colaboración del gobierno de Santiago de Cuba con contrapartes rusas que se va a ejecutar en Songo-La Maya.
—Esto viene por nuestro interés de buscar viviendas de techos sólidos que resistan los huracanes, y también para apoyar la autarquía, que tiene que ver con la capacidad local de producir lo que el municipio necesita. El 90 por ciento de las viviendas que hemos recuperado han sido con tejas de fibro o zinc, y la debilidad de esto es que si vuelve otro ciclón se lo llevará de nuevo, al menos los techos. Esperamos que en cuatro o cinco años se cambien todos los techos por losas canales, viguetas o plaquetas, en la medida en que la gente vea la factibilidad de las nuevas propuestas en comparación con las cubiertas actuales.
Miguel Ángel Smith, jefe del establecimiento de materiales de la construcción en La Maya, explica que el proyecto de cooperación internacional pretende incrementar la producción de materiales con los recursos locales. “Con la entrada de dos máquinas bloqueras, pasaríamos de 800 a 3.200 bloques diarios. Esto significaría que en cada jornada podríamos producir lo que necesitan dos viviendas”.
Al fondo del rastro, estaban los moldes recién construidos de las losas canales.
“Incursionaremos en las cubiertas con la fabricación de losas canales, que son nuevas para nosotros. Cada una debe medir 3.60 metros de largo y 0.52 metros de ancho. Estas también sirven como entrepisos, es decir, como placas, y para levantar otra vivienda sobre ellas. Vamos a venderlas a precio de costo en empresa, 76 pesos, y comercio suele ponerle un 25 por ciento por encima para la venta a la población”.
No obstante, estas cubiertas no están diseñadas para las casas que hay hoy en Jutinicú. La mayoría de las viviendas en el poblado tienen paredes de tablas y madera, por lo que este tipo de soluciones implica que el poblado, tal y como lo conocemos ahora, mute o evolucione hacia paredes de mampostería. Además, se deben crear facilidades para trasladar el cemento, el ladrillo y la arena por el camino en condiciones pésimas que conduce hasta el pueblo.
No se trata de una posibilidad electiva. Casi todos nuestros entrevistados coinciden en que no hace falta otro huracán de la intensidad de Sandy para volver a colocar en el suelo a este poblado que aún tiene las huellas físicas y psicológicas del evento climatológico. Resulta imprescindible, a juicio de José Rubiera, “tratar de no reproducir la vulnerabilidad”.
Eso sí, una cosa buena dejó Sandy: el miedo. Lo que se traduce en respeto al peligro y aumento de la percepción de riesgo. La tormenta le planteó a Jutinicú un desafío a cielo abierto. El pueblo cayó y que se haya levantado en tan poco tiempo pudiera ser considerado una provocación a las fuerzas de la naturaleza; nadie sabe cuándo regresarán.
Pero Lutguery, que es más optimista, mientras contempla en calma su actual cosecha, nos dice: “Ya ahora, de nuevo, somos un pueblo”.
*Este trabajo fue escrito y producido junto a Liliana Sierra.